La silla del diablo



1.



Primero hablemos de esa flecha y después del sitio hacia el que nos guía, un mirador (el de las termas de Fiambalá, en Catamarca).
Con el cartel en medio del camino, la flecha no señala algo, como las que indican un objeto (Acá hay uno o Está ahí) o una ubicación (Es acá o Usted está aquí). Se supone que orienta en la dirección de ese algo, como si equivaliera a un Es para allá o por acá, pero puede que innecesariamente: el sendero es uno solo, sin bifurcaciones.
Pero también puede que esa sobra sea necesaria, o al menos útil: un cartel que tuviera sólo la palabra “MIRADOR” sería más esperable en el mirador que en su camino.
Así como está, el cartel parece servir más bien para confirmarnos que ése que estamos haciendo es el camino al mirador, no para orientarnos identificándolo entre otros posibles (las flechas pintadas en la roca que señalizaban el sendero a la cumbre del cerro López, en Bariloche, tenían la mala puntería de ausentarse en tramos de muchas posibilidades y pocos indicios).

La necesidad de indicar el camino proviene de la necesidad de distinguir uno entre –y de– otros (reconocer es discernir, y reconocer y discernir es singularizar). De ahí que el emplazamiento más útil y oportuno de esas indicaciones sean las encrucijadas; nos asisten en una decisión de circulación, son los hitos del trazo de un drawning by numbers que nos lleva al mirador (como Scharlach lleva a Lönnrot a Triste-le-Roy haciéndole dibujar un rombo ahí donde le da a leer un triángulo). Esas flechas son como los nombres, que no designan si no es distinguiendo; si no, no se toman el trabajo.

2.

        Apenas hube abandonado la «silla del diablo», el agujero circular se desvaneció; desde cualquier sitio que mirara me fue imposible volver a descubrirlo. Esto es lo que me parece una obra maestra de ingenio (y conste que lo he verificado tras muchos experimentos): el orificio circular sólo es visible desde un punto de mira, el que ofrece la angosta saliente en el flanco de la roca.*
        The instant that I left «the devil's seat», however, the circular rift vanished; nor could I get a glimpse of it afterwards, turn as I would. What seems to me the chief ingenuity in this whole business, is the fact (for repeated experiment has convinced me it is a fact) that the circular opening in question is visible from no other attainable point of view than that afforded by the narrow ledge on the face of the rock.


        Edgar Allan Poe, “El escarabajo de oro” (traducción de Julio Cortázar)

        Carlos tomó una bolsa, la dobló y la acomodó en un sitio preciso.
        —La almohada es humildosa –explicó–, pero si la levanto un solo centímetro, no verás ni una pizca y te quedas corrido y avergonzado. Repantiga en el suelo ese corpachón y cuenta diecinueve escalones.

        Jorge Luis Borges, “El Aleph”

Pasemos de la flecha (necesaria, sobrante o ambas cosas) a eso hacia lo que quiere orientar.
Un mirador o punto de mira puede ser un haz de vectores (el de un punto panorámico, por ejemplo; o el de un panóptico) o un vector solo (la línea que recorre una mira de rifle o de telescopio, por ejemplo). En ambos casos, lo visto –múltiple o singular– es visto desde un solo punto.
El dibujo es el inverso en la visión aléfica: lo visto lo es desde todos los puntos. Pero para eso el contemplador de la «esfera tornasolada» de «dos o tres centímetros» de diámetro debió colocarse en la posición precisa y no moverse, como Legrand en la silla del diablo y el ojo del cazador detrás de la mira. Mientras Legrand y el cazador tienen puntería dedicada, la del contemplador del «inconcebible universo» no puede ser más dispersa. En “El Aleph” se combinan la singularidad de la observación más frágil y la totalidad de las visiones sobre cada una de la totalidad de las cosas. En definitiva, desde un punto de mira exacto todo lo que se ve (y lo que se ve es todo) se ve como si se viera desde todos los puntos de mira posibles. (En su grabado en madera “Otro mundo II”, Escher da una versión reducida de una visión así, con sólo tres perspectivas simultáneas.)

La silla del diablo es como una contraseña: sólo desde acá te doy acceso a la calavera a través del «orificio circular» entre los árboles. El Aleph es una llave maestra, y no sólo a cualquier objeto, sino también a cada posibilidad de ver cualquier objeto. Lo mismo que se trama en estas ficciones se trama en el mundo cotidiano: hay cosas que sólo pueden ser vistas por quien esté en el ángulo adecuado y cosas que quieren ser vistas por todos, hacerse ver (parecen también dos actitudes de seducción).

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