Tema del no traidor y de la no heroína




1.

   Imaginá que tomás una decisión (como la de “no dejar de disfrutar del juego pero apartarle la mirada al compromiso”) y no te la respetan. Puede ser porque no te reconocen el derecho o la potestad de decidir, o de decidir así, en lo que consideran que es un error a corregir.
   Si por el ejemplo del Trinche te estabas imaginando dentro de la misma cultura que tus correctores, empezá a imaginarte fuera, perteneciente a una que ni siquiera consideran cultura, y mucho menos civilización, si hasta la llaman barbarie. Sólo un alienígena tendría más otredad; como animal todavía estás en la Tierra, digamos todo.
   Ahora andá a decirles a esos supremacistas que elegiste un modo de ser feliz (o de vivir) que cuestiona esa supremacía porque ignora sus mandatos. Sos un mal ejemplo; o te pasás a nuestro bando y te convertís en un ejemplo de redención, o te vamos a tratar como a un virus peligroso, que hay que evitar que se propague y lograr que desaparezca (también se metaforiza mucho con cirujías oncológicas y control de plagas y cucarachas).
   Otra posibilidad es que hayas nacido en la misma cultura pero te hayan transplantado en la barbarie y vos, con tu sangre inglesa, tus ojos celestes y tu cabellera rubia, la elegís cuando años más tarde te ofrecen –te piden– volver a la civilización. Si te negás es por asalvajado, te entendemos.

2.

   La cita es de “Historia del guerrero y la cautiva”, de Borges:
Alguna vez, entre maravillada y burlona, mi abuela comentó su destino de inglesa desterrada a ese fin del mundo; le dijeron que no era la única y le señalaron, meses después, una muchacha india que atravesaba lentamente la plaza. Vestía dos mantas coloradas e iba descalza; sus crenchas eran rubias.
   Hablan. La india rubia le cuenta, «en un inglés rústico», que «ahora era mujer de un capitanejo, a quien ya había dado dos hijos y que era muy valiente». «Detrás del relato se vislumbraba una vida feral», comenta Borges y enumera una docena de feralidades (u once, si 6 y 7 son una, el alarido durante el saqueo):
1) «los toldos de cuero de caballo,
2) las hogueras de estiércol,
3) los festines de carne chamuscada o de vísceras crudas,
4) las sigilosas marchas al alba;
5) el asalto de los corrales,
6) el alarido y
7) el saqueo,
8) la guerra,
9) el caudaloso arreo de las haciendas por jinetes desnudos,
10) la poligamia,
11) la hediondez y
12) la magia.»

   Luego agrega (tal vez en estilo indirecto libre):
A esa barbarie se había rebajado una inglesa. Movida por la lástima y el escándalo, mi abuela la exhortó a no volver. Juró ampararla, juró rescatar a sus hijos. La otra le contestó que era feliz y volvió, esa noche, al desierto.
   No se nos dice si la respuesta la satisfizo, pero sin arriesgar mucho podemos suponer que no. Si ya le resultaría inaceptable algo tan lejano y ajeno como la felicidad salvaje de cualquier salvaje, mucho más la felicidad salvaje de «una inglesa», que la interpela de raíz. Menos mal que el segundo encuentro amplifica la diferencia cultural, como para dejar bien en claro lo equivocada que está esa felicidad híbrida.
   Volver de noche a la vida feral es la penúltima feralidad registrada de «la otra». La última será pasar a caballo por donde un hombre degüella una oveja y tirarse al suelo para beber la sangre caliente. (Más feral no se consigue. Falta que sea la única india que lo hace.)
   El «indio de ojos celestes» de “El cautivo” también elige volver a «su desierto» (a su intemperie). Él «no podía vivir entre paredes» y a ella «todo parecía quedarle chico: las puertas, las paredes, los muebles». Ahora, las diferencias. A ella le cuesta, pero logra entender y hacerse entender en inglés; dialoga. En cambio, él «ya no sabía oír las palabras de la lengua natal»; lo suyo fue todo gestual, gutural y factual: «bajó la cabeza, gritó, atravesó corriendo el zaguán», su ruta.
   Los modales y los modos son animalescos, pero su experiencia lo reconecta con lo civilizado. Y para tenerla no anda como un animal tirándose de otro animal para beber sangre de un tercer animal. Su éxtasis lo alcanza reencontrando un cuchillo que de pibe había escondido en la cocina. Tranca.
   Las feralidades de ojos celestes se compensan: ella está alta en Lengua e Historia y baja en Conducta; él, al revés. Tiene una inteligencia humana estancada en su último estado civilizado, «trabajado por el desierto y la vida bárbara», y tiene la inteligencia de un niño (europeo) o de un animal, como buen salvaje: «Yo querría saber (...) si alcanzó a reconocer, siquiera como una criatura o un perro, los padres y la casa» (en la inserción inversa, el bárbaro que cambia de bando porque lo deslumbra la ciudad de Ravena «sabe que en ella será un perro, o un niño, y que no empezará siquiera a entenderla»).
   Las dos inserciones de la civilización en la barbarie tienen la falsa modestia de su autor. Sí, son casos fallidos de restitución: ni la abuela de Borges recupera a la inglesa para la causa ni los padres a su hijo. Pero justamente: gente como uno optando como uno de esos es (presentado como) el fracaso de una recuperación «movida por la lástima y el escándalo».
   El relato no habla de, pero habla desde una superioridad cultural y moral; habla de la eficacia con que se puede privar de ella a la víctima infantil de un malón, hasta el punto de que no la prefiera de adulta (un Síndrome de Estocolmo a nivel de culturas, se diagnostica desde la europea). Porque se supone que la debería preferir, ¿no? Si la prefiere un bárbaro ni bien la conoce, ¿cuánto más un asalvajado que la conoció en su infancia? En materia de diferencias culturales, dime qué supones y te diré qué prejuzgas.

3.

   En la inserción inversa, el guerrero Droctulft que compone Borges (muy distinto al de sus fuentes Croce y Pablo el Diácono) es el bárbaro que elige la cultura superior, fascinado ante su mejor obra:
Venía de las selvas inextricables del jabalí y del uro; era blanco, animoso, inocente, cruel, leal a su capitán y a su tribu, no al universo. Las guerras lo traen a Ravena y ahí ve algo que no ha visto jamás, o que no ha visto con plenitud. Ve el día y los cipreses y el mármol. Ve un conjunto, que es múltiple sin desorden; ve una ciudad, un organismo hecho de estatuas, de templos, de jardines, de habitaciones, de gradas, de jarrones, de capiteles, de espacios regulares y abiertos. Ninguna de esas fábricas (lo sé) lo impresiona por bella; lo tocan como ahora nos tocaría una maquinaria compleja, cuyo fin ignoráramos, pero en cuyo diseño se adivinara una inteligencia inmortal.
   La elección de rebajarse a la barbarie fue una traición de la inglesa. Con su elección de elevarse a la civilización, Droctulft «no fue un traidor [...]; fue un iluminado, un converso»:
Bruscamente lo ciega y lo renueva esa revelación, la Ciudad. Sabe que en ella será un perro, o un niño, y que no empezará siquiera a entenderla, pero sabe también que ella vale más que sus dioses y que la fe jurada y que todas las ciénagas de Alemania. Droctulft abandona a los suyos y pelea por Ravena.
   Los casos del guerrero y la cautiva «pueden parecer antagónicos» montados sobre una estructura que no cambia: arriba la civilización, abajo la barbarie. La moral de esos flujos es rígida: si estás arriba no bajes y si estás abajo subí. Integrando los casos de los dos tríos de hermanas, la estructura tiene otras caras, todas con la misma polaridad: ciudad y pueblo (o menos), capital y provincia, cultura y naturaleza.
   Resumiendo, mujeres del primer término han sido transplantadas en el segundo. (Del humor también se dice que es poner algo ahí donde no va.) Desde el autopercibido centro citadino, capitalino, civilizado y/o cultural, ese trasplante se ve como destierro, extravío, aislamiento, encierro.
   Desde la misma perspectiva, el trasplante inverso de un voluntario se ve como una conversión redentora, que «si no es verdad como hecho, lo será como símbolo». El
En la Casa de la Independencia, en San Miguel de Tucumán, el 15 de enero de 2010.

   No dio para volver a hacer el cartel, incluso si en vez de redactarlo de nuevo escribían lo mismo pero con las comillas de entrada. Dio para agregárselas a mano pretendiendo prolijidad y dejando en evidencia a las infiltradas.
   La regla de un parche es que no se note. Si no te importa tanto que sí, es que tampoco te importa tanto la exposición que montaste, por un lado, y la parte afectada, por el otro. Porque no hubiera sido igual 'equivocarse' despectivamente con los vecinos de la ciudad, si hubiera sido factible.
   Con las caracterizaciones de los usurpadores no hubo ningún 'error', y si lo hubiera habido no habrían aceptado de arriba una respuesta tan desganada como una corrección manual, ni los curadores la habrían siquiera intentado. Y si hubiera pasado por esta serie de guardianes cada vez más poderosos, el cartel no habría durado expuesto más de 1 ó 2 quejas y se habría aducido que fue un sabotaje.

"indio infiel"
que los cristianos capturan y reparten en sus ciudades como servidumbre y mano de obra esclava, o que exhiben en museos de ciencias naturales y en zoológicos, son incrustaciones civilizatorias más fieles a los hechos y a los símbolos usuales de la segunda mitad del siglo XIX en Argentina.

No hay comentarios