Modos de leer



Modos de leer


«Si algo he apren­di­do de los via­jes por ‘El Sur’ es que cada cuen­to tiene su pro­pia forma de matar a sus per­so­na­jes y es bas­tan­te com­pli­ca­do con­ven­cer­lo de lo con­tra­rio.»

De un aná­li­sis de Lucas Mar­tín Adur Nó­bi­le sobre el cuen­to de Bor­ges “El mi­la­gro se­cre­to”.


1.

   Con­si­de­re­mos el aná­li­sis de un cuen­to o de una no­ve­la, de algún re­la­to en sen­ti­do ge­ne­ral. Re­cién em­pie­zo y ya re­pi­to: un aná­li­sis, no un jui­cio de valor sobre el re­la­to, desde de­mo­le­dor a elo­gio­so. Ni en vez de un aná­li­sis ni como co­ro­la­rio del que se haga habrá acá una opi­nión sobre cómo va­lo­rar lo leído y/o cómo reac­cio­nar, qué sen­tir; no habrá nin­gu­na ba­ja­da de línea sobre gus­tos y dis­fru­tes. Nos re­gi­rá el Pie­rre Me­nard que «de­cla­ra­ba que cen­su­rar y ala­bar son ope­ra­cio­nes sen­ti­men­ta­les que nada tie­nen que ver con la crí­ti­ca».
   Todos los modos de leer que ve­re­mos quie­ren ela­bo­rar y apor­tar un saber; habrá que ver cómo y con cuán­to éxito, pero bus­can co­no­cer y se abs­tie­nen de juz­gar. No in­du­cen al com­pro­mi­so emo­cio­nal de una va­lo­ra­ción (nunca suel­ta, siem­pre com­pi­tien­do con otras, ran­quean­do). Esta abs­ten­ción no pone en ries­go a la crí­ti­ca va­lo­ra­ti­va, que abun­da. ¿Qué le hace una man­cha menos al tigre?

2.

   La ne­ce­si­dad de decir algo sobre eso que hemos leído de­fi­ne, de mí­ni­ma, el tra­ba­jo a rea­li­zar. El cum­pli­mien­to más bá­si­co con­sis­ti­ría en hacer un re­su­men que sa­tis­fa­ga el in­te­rés por saber de qué se trata y, tal vez, cómo lo hace: con­tar el ar­gu­men­to y dar cuen­ta de al­gu­na pe­cu­lia­ri­dad de la cons­truc­ción o del es­ti­lo, si ame­ri­ta. La com­pren­sión es, en­ton­ces, no sólo la pri­me­ra ope­ra­ción de lec­tu­ra, sino tam­bién el pri­mer ob­je­to po­si­ble de una ope­ra­ción crí­ti­ca, de un decir algo sobre eso.
   Ex­pli­ci­tar en un in­for­me nues­tra com­pren­sión del re­la­to no es una ope­ra­ción tan uní­vo­ca como bá­si­ca; cada quien capta, re­tie­ne y pro­mue­ve datos y modos con fil­tros di­fe­ren­tes y en mag­ni­tu­des e in­ten­si­da­des di­fe­ren­tes. No obs­tan­te, es po­si­ble al­can­zar con algún ex­pe­dien­te de bajo o nulo ries­go de ar­gu­men­ta­ción un mar­gen de con­sen­so bas­tan­te acep­ta­ble como para em­pe­zar a tra­ba­jar.
   En el mejor de los casos, basta con citar, con mos­trar el pa­sa­je ex­plí­ci­to que per­mi­te, por ejem­plo, in­cluir entre las ver­da­des del re­la­to el dato no re­gis­tra­do o no se­lec­cio­na­do por nues­tro in­ter­lo­cu­tor. En el peor de los casos, habrá que so­li­ci­tar­le un es­fuer­zo de pre­sun­ción.
   El es­fuer­zo es ín­fi­mo, casi un re­fle­jo, en el final de “La muer­te y la brú­ju­la”: «Re­tro­ce­dió unos pasos. Des­pués, muy cui­da­do­sa­men­te, hizo fuego», de donde se pre­su­me que Schar­lach mató a Lönnrot. Con igual o ape­nas mayor es­fuer­zo, el mismo desen­la­ce se puede pre­su­mir que tuvo (es­tric­ta­men­te, que ten­drá) Dahl­mann en el final de “El Sur”, cuan­do «em­pu­ña con fir­me­za el cu­chi­llo, que acaso no sabrá ma­ne­jar, y sale a la lla­nu­ra». Re­cha­zar esas muer­tes por no ex­pli­ci­ta­das sería ato­rar­se en una pru­den­cia exor­bi­tan­te, en una li­te­ra­li­dad a ul­tran­za (como la de Jaime dando una mano).
   Como sea, la crí­ti­ca co­mien­za cuan­do al­guien se pre­gun­ta qué puede decir de eso que ha leído y com­pren­di­do. A su vez, el crí­ti­co de­fi­ne su per­fil (o su trama de per­fi­les) según qué haga con la com­pren­sión de la que parte. (Toda crí­ti­ca se hace en nom­bre de una com­pren­sión mejor o nueva.)
   Si res­trin­jo aquí el con­cep­to de com­pren­sión a una lista de enun­cia­dos de Ver­da­de­ro-Falso, es pre­ci­sa­men­te por­que sos­ten­go que cual­quier otro con­cep­to menos res­trin­gi­do re­sul­ta de ope­rar sobre aquél. El ca­tá­lo­go de esas ope­ra­cio­nes se co­rres­pon­de uno a uno con el ca­tá­lo­go de per­fi­les, que a veces pue­den con­vi­vir o al­ter­nar­se en un mismo crí­ti­co y otras veces se re­pe­len (un ré­gi­men de so­li­da­ri­da­des los agru­pa por ob­je­ti­vos com­par­ti­dos o afi­nes). Ho­jee­mos esos ca­tá­lo­gos pa­ra­le­los.

3.

   Como vimos, si lo que hago con la com­pren­sión del re­la­to es me­ra­men­te for­mu­lar­la, ex­pre­sar­la, soy al­guien que cuen­ta el cuen­to y acaso des­cri­be su he­chu­ra: un re­la­tor de es­pec­tácu­los, el ha­ce­dor de un in­for­me cuyos mé­ri­tos de ofi­cio se bus­can en el cri­te­rio de se­lec­ción, en la edi­ción de los datos y en la in­for­ma­ción de los modos. La in­ter­ven­ción más bá­si­ca res­pe­ta el elen­co de las ver­da­des que in­te­gran la com­pren­sión de lec­tu­ra; por lo demás, no arries­ga nin­gu­na ob­ser­va­ción.
   Ese ries­go es asu­mi­do en las otras in­ter­ven­cio­nes: sis­te­ma­ti­zar la com­pren­sión, acla­rar­la, co­rre­gir­la, pro­fun­di­zar­la, re­de­fi­nir­la. No hay mo­men­to ál­gi­do en la po­lé­mi­ca entre modos de leer que no per­te­nez­ca al juego de las alian­zas y los due­los que pro­ta­go­ni­zan estas ac­cio­nes (y los per­fi­les de crí­ti­co que con ellas que­dan ca­rac­te­ri­za­dos). De ahí la im­por­tan­cia de dis­cer­nir­las y con­tras­tar­las.

4.

   Em­pe­ce­mos por la sis­te­ma­ti­za­ción. Mien­tras el re­la­tor del ar­gu­men­to dice de qué se trata aque­llo, un pri­mer co­men­ta­ris­ta dice de qué trata: iden­ti­fi­ca sus temas, los je­rar­qui­za (prin­ci­pa­les y se­cun­da­rios), los cla­si­fi­ca (temas po­lí­ti­cos, temas me­ta­fí­si­cos; temas rea­lis­tas, temas fan­tás­ti­cos; etc.); iden­ti­fi­ca sus re­cur­sos y sus téc­ni­cas, co­men­ta al­gu­na gra­cia de su cons­truc­ción, tal vez de su es­ti­lo (con el ries­go tí­pi­co de quien ex­pli­ca un chis­te). Los he­chos y datos del re­la­to son pa­ra­dig­má­ti­cos, sis­te­má­ti­cos y tal vez com­ple­jos, pero nin­guno es aún os­cu­ro ni enig­má­ti­co.

5.

   Quien se ocupa de ilu­mi­nar y acla­rar las zonas que cree os­cu­ras es un se­gun­do co­men­ta­ris­ta, que es una so­fis­ti­ca­ción del pri­me­ro: el autor de un “es­tu­dio crí­ti­co”, ex­per­to o eru­di­to, que apli­ca su co­no­ci­mien­to (tex­tual, in­ter­tex­tual, con­tex­tual, etc.) para que la com­pren­sión del lec­tor me­jo­re en ni­ti­dez y de­ta­lle (esa uti­li­dad pe­da­gó­gi­ca le da su razón de ser a la vez que le im­po­ne la ne­ce­si­dad de en­con­trar un nicho ade­cua­do, de di­ri­gir su di­vul­ga­ción a un tar­get bien de­fi­ni­do).
   Sus dos co­le­gas an­te­rio­res po­dían ini­ciar sus ser­vi­cios con un “Te cuen­to”; él es el pri­me­ro que lo hace con un “Te ex­pli­co”, y el único de los de su clase cuya ex­pli­ca­ción puede to­da­vía res­pe­tar el plan­tel de datos que forma la com­pren­sión. No está libre de co­me­ter atri­bu­cio­nes equi­vo­ca­das, y sus aso­cia­cio­nes es­cla­re­ce­do­ras pue­den re­ci­bir ob­je­cio­nes ideo­ló­gi­cas (un blan­co fre­cuen­te por re­cal­ci­tran­te son las ex­pli­ca­cio­nes bio­gra­fis­tas de una obra, como la que en­se­ña, con aire de ha­llaz­go ori­gi­nal, que Bor­ges su­frió el ac­ci­den­te de Dahl­mann).
   No obs­tan­te sus po­si­bles bloo­pers y su­pers­ti­cio­nes, el acla­ra­dor no es desa­fia­do por enig­mas es­con­di­dos en la trama; lo suyo no es to­da­vía in­ter­pre­tar en busca de algún dato que es in­vi­si­ble a la mera com­pren­sión de lec­tu­ra, o que fue dis­fra­za­do para en­ga­ñar­la.

6.

   Co­rre­gir así la com­pren­sión de­fi­ne más bien el per­fil de un pri­mer tipo de her­me­neu­ta. Para éste, la cues­tión ya no pasa por cómo es lo que hay, sino qué y cuán­to es lo que hay “en reali­dad” (fór­mu­la fa­vo­ri­ta del rito her­me­néu­ti­co); cuál es la ver­dad de la his­to­ria que se ocul­ta o en­mas­ca­ra “entre lí­neas”, en lo dicho a me­dias (lo su­ge­ri­do) y en lo no dicho (pero sig­ni­fi­ca­ti­vo) del re­la­to, en su den­si­dad alu­si­va; cuál es la reali­dad úl­ti­ma que se deja ver tras el velo enig­má­ti­co de lo apa­ren­cial (hasta ahí llega ahora la com­pren­sión lec­to­ra, que es una pri­me­ra apro­xi­ma­ción “li­te­ral” a la ver­dad, el avis­ta­je de la punta del ice­berg).

   Desde luego, hay in­ter­pre­ta­cio­nes más ra­zo­na­bles que otras. Pero pre­ten­der de ello que esa di­fe­ren­cia de grado es el único cri­te­rio vá­li­do para acep­tar­las o re­cha­zar­las es pre­ten­der tam­bién que com­pren­der e in­ter­pre­tar son una sola ope­ra­ción, que en al­gu­nos casos se prac­ti­ca con ra­zo­na­bi­li­dad y en otros con des­me­su­ra. Algún des­lin­de cua­li­ta­ti­vo puede, sin em­bar­go, in­ten­tar­se.
   La in­ter­pre­ta­ción em­pie­za a di­fe­ren­ciar­se de la com­pren­sión con el pri­mer paso hacia la ver­dad que el crí­ti­co da más allá de la in­di­ca­ción de un hecho ve­ri­fi­ca­ble me­dian­te una sim­ple cita o la pre­sun­ción de al­guno no ex­pli­ci­ta­do. Ese pri­mer arro­jo es la con­je­tu­ra, tal vez tí­mi­da, de un dato nuevo (ex­ten­sión li­te­ra­ria del re­la­to des­ti­na­da a com­ple­tar­lo) o del au­tén­ti­co ca­rác­ter o iden­ti­dad de un dato ya pre­sen­te (cuya mo­di­fi­ca­ción o canje afi­na­ría la com­pren­sión).
   Los si­guien­tes pasos aven­tu­ran aún más al crí­ti­co sus­pi­caz hacia lec­tu­ras alu­ci­na­to­rias de ambigüeda­des, su­ge­ren­cias, alu­sio­nes, in­di­cios y cla­ves va­rias que tiene el pri­vi­le­gio o la sa­ga­ci­dad de pe­ne­trar y des­ci­frar (o sea, hacia de­li­rios her­me­néu­ti­cos que ter­mi­nan sus­ti­tu­yen­do lo que hay o agre­gán­do­le lo que no le falta).
Ga­briel Gar­cía Már­quez, Cien años de so­le­dad. Foto y des­ta­que en lápiz de Ge­rar­do.

   En estos ejer­ci­cios de sos­pe­cha, atri­buir­le una re­fe­ren­cia es­pe­cí­fi­ca a un si­len­cio, con­ver­tir­lo en una omi­sión sig­ni­fi­ca­ti­va, es una cos­tum­bre más rara (y más en­re­ve­sa­da) que atri­buir­le otra re­fe­ren­cia a un pa­sa­je ex­plí­ci­to.
   Un ejem­plo de lo pri­me­ro es afir­mar que el pro­ta­go­nis­ta del cuen­to “Menos Julia”, de Fe­lis­ber­to Her­nán­dez, es ciego por­que –su­pon­ga­mos que el re­le­va­mien­to fue ex­haus­ti­vo– en nin­gún mo­men­to se dice que ve. Con el mismo cri­te­rio, tam­po­co se dice que no vuela.
   Un ejem­plo del se­gun­do caso: a pesar de que es pre­su­mi­ble (ya que no ci­ta­ble) que Emma Zunz era vir­gen, hay lec­tu­ras que lo des­mien­ten se­ña­lan­do pa­sa­jes a los que les atri­bu­yen su­ge­rir que había sido vio­la­da por el padre; trans­cri­bo el más in­vo­ca­do: «Pensó (no pudo no pen­sar) que su padre le había hecho a su madre la cosa ho­rri­ble que a ella ahora le ha­cían». Si­mi­lar pre­ten­sión pro­ba­to­ria tie­nen los yahoos en otro cuen­to de Bor­ges, “El in­for­me de Bro­die”:
«De la na­ción de los Yahoos, los he­chi­ce­ros son real­men­te los úni­cos que han sus­ci­ta­do mi in­te­rés. El vulgo les atri­bu­ye el poder de cam­biar en hor­mi­gas o en tor­tu­gas a quie­nes así lo desean; un in­di­vi­duo que ad­vir­tió mi in­cre­du­li­dad me mos­tró un hor­mi­gue­ro, como si éste fuera una prue­ba.»
   Otros crí­ti­cos tam­bién atri­bu­yen lo suyo a algo (y para fun­da­men­tar­lo se­ña­lan otros hor­mi­gue­ros), pero al menos sin des­men­tir nada. La es­tra­te­gia es menos exi­gen­te: para ser po­si­ble, no ne­ce­si­ta que algún otro dato sea o tenga que re­sul­tar falso.
   Pero con o sin el daño co­la­te­ral de una des­men­ti­da de la letra en nom­bre del es­pí­ri­tu del re­la­to, en ambos casos de atri­bu­cio­nes de su­ge­ren­cias su­ti­les lo má­xi­mo que po­de­mos decir es puede ser. Puede que du­ran­te su huida Mar­tín Fie­rro y la cau­ti­va hayan te­ni­do una “tre­gua amo­ro­sa”, igual que puede que no (del de­ba­te dan cuen­ta Bor­ges y Gue­rre­ro en El “Mar­tín Fie­rro”). Nada se dice al res­pec­to, y cie­rra sin eso y tam­bién con eso.
   Si no fuera una fic­ción li­te­ra­ria, ten­dría­mos el de­re­cho y la chan­ce de in­da­gar por fuera de lo es­cri­to (en otros do­cu­men­tos o en el de­sier­to atra­ve­sa­do, por ejem­plo), y tal vez en­con­trar ras­tros que des­equi­li­bren la cues­tión. Pero más allá del uni­ver­so de datos li­te­ra­ria­men­te con­ve­ni­do no po­de­mos afir­mar nada, sino sólo con­je­tu­rar: en vez de un es así (hecho se­ña­la­ble o pre­su­mi­ble) o un debe ser así (ne­ce­si­dad de­mos­tra­ble), sólo un puede ser así (po­si­bi­li­dad per­pe­tua, tan irre­fu­ta­ble como in­ve­ri­fi­ca­ble e in­de­mos­tra­ble).
   La doble ma­nio­bra de atri­buir­le esos mis­te­rios al re­la­to y so­lu­cio­nár­se­los con una in­ter­pre­ta­ción vic­to­rio­sa siem­pre es de­fen­di­da con una re­mi­sión a al­gu­na au­to­ri­dad:
       la del autor, que en tal pró­lo­go o en tal re­por­ta­je nos in­si­nuó o con­fe­só sus in­ten­cio­nes ori­gi­na­les, atajo pre­cio­so que to­ma­mos hacia una lec­tu­ra hecha a ima­gen y se­me­jan­za del crea­dor;
       la au­to­ri­dad de la teo­ría que apli­co (un “yo leo desde acá”), que ge­ne­ra una lec­tu­ra a la me­di­da, ima­gen y se­me­jan­za de esa teo­ría;
       la au­to­ri­dad de mi pro­pia li­ber­tad de opi­nión e in­ter­pre­ta­ción (un “a mí me pa­re­ce”, “yo lo veo así”), que me de­vuel­ve una lec­tu­ra a ima­gen y se­me­jan­za de mí o de mis mo­de­los cul­tu­ra­les in­ter­pre­ta­ti­vos.

7.

   Un se­gun­do tipo de her­me­neu­ta tam­bién con­tra­ban­dea en la com­pren­sión con­je­tu­ras tan irre­fu­ta­bles como in­de­mos­tra­bles (tan in­vul­ne­ra­bles como ino­cuas), pero ya no de datos, sino de una ima­gen de la obra en­te­ra, me­tá­fo­ra o ale­go­ría en que se cum­ple su sen­ti­do pro­fun­do y tras­cen­den­te.
   Para el re­ve­la­dor de ver­da­des ocul­tas, in­tere­sa­do en qué es “en reali­dad” lo que hay, el obli­cuo autor quie­re decir otra cosa en lugar de la que dice, en la que ve se­ña­les e in­di­cios de ella. Para el re­ve­la­dor de sen­ti­dos ocul­tos, in­tere­sa­do en para qué es “en reali­dad” lo que hay (o lo que “en reali­dad” hay, por­que estos dos per­fi­les acos­tum­bran cru­zar­se), el sabio autor –nunca ocio­so, nunca vano– quie­re dejar un men­sa­je, decir otra cosa a tra­vés de esa que dice, y siem­pre para hacer algo con ella: una crí­ti­ca po­lí­ti­ca o so­cial, un ho­me­na­je, una lec­ción, etc.
   En la ex­pli­ca­ción de esas in­ten­cio­nes crea­do­ras, ambos crí­ti­cos sue­len verse a sí mis­mos le­yen­do la mente del autor, como Step­hen Haw­king dijo al­gu­na vez estar le­yen­do la de Dios al hacer Fí­si­ca.

8.

   La­pla­ce tenía otra vi­sión de su ofi­cio. Cuan­do Na­po­león le pre­gun­tó dónde en­tra­ba Dios en la ex­pli­ca­ción del uni­ver­so que aca­ba­ba de darle, La­pla­ce con­tes­tó fa­mo­sa­men­te: “Pres­cin­do de esa hi­pó­te­sis”. Una pres­cin­den­cia análo­ga del autor (o, más exac­ta­men­te, de sus po­de­res de ori­gen sobre la ver­dad y el sen­ti­do) asume el úl­ti­mo per­fil de crí­ti­co que ve­re­mos, el que pres­cin­de ade­más de ofre­cer en sus aná­li­sis una ex­pli­ca­ción de qué pasa ahí, cómo pasa, por qué pasa, para qué pasa o qué sen­ti­do tiene. La pri­me­ra pres­cin­den­cia lo aleja de in­da­ga­cio­nes teo­ló­gi­cas (de dónde viene la obra, qué trae, a dónde va). La se­gun­da lo di­fe­ren­cia del her­me­neu­ta en sus ob­je­ti­vos y en sus mé­to­dos; em­pie­zo por los úl­ti­mos.
   Eso que afir­man el que re­la­ta un ar­gu­men­to y el que lo acla­ra no es de­mos­tra­ble, sino su­fi­cien­te­men­te cons­ta­ta­ble (se­ña­la­ble o pre­su­mi­ble). Eso que afir­man el que in­ter­pre­ta que el re­la­to es otro o que es di­fe­ren­te y el que in­ter­pre­ta que es ima­gen de otra cosa o ilus­tra­ción de una idea uni­ver­sal o más ge­ne­ral, es in­de­mos­tra­ble, es me­ra­men­te con­je­tu­ra­ble. En cam­bio, quien co­nec­ta datos del re­la­to para hacer cons­te­la­cio­nes con­cep­tua­les o pro­ble­má­ti­cas, y sobre esas re­la­cio­nes y fi­gu­ras ela­bo­ra hi­pó­te­sis, so­me­te sus ob­ser­va­cio­nes a exá­me­nes de per­ti­nen­cia y de ar­bi­tra­rie­dad, es decir, de rigor ar­gu­men­ta­ti­vo: se che­quean la pro­bi­dad de la se­lec­ción, la exac­ti­tud de los datos se­lec­cio­na­dos, la pre­ci­sión de las ca­te­go­rías que los vin­cu­lan y reúnen, el juego lim­pio de las ra­zo­nes en­he­bra­das, etc. Sus afir­ma­cio­nes sobre el re­la­to pre­su­po­nen cons­ta­ta­cio­nes di­ver­sas, pero no son ellas cons­ta­ta­ti­vas, y ade­más son de­mos­tra­bles: todo lo que usa para hacer sus fi­gu­ras está ahí, al al­can­ce de quien quie­ra ve­ri­fi­car­lo, y los mo­vi­mien­tos con que las hace no se jus­ti­fi­can con una re­mi­sión a nin­gu­na au­to­ri­dad que esté obe­de­cien­do o re­tra­tan­do, sino a un juego de ar­gu­men­ta­ción com­par­ti­do que por de­fi­ni­ción ex­clu­ye el re­cur­so a una au­to­ri­dad.
   Ahora sí, los ob­je­ti­vos. Los datos del re­la­to y sus temas –la com­pren­sión de lec­tu­ra– no se ven al­te­ra­dos ni du­ran­te ni al cabo del aná­li­sis; a di­fe­ren­cia de las lec­tu­ras ex­pli­ca­ti­vas (tan­ga­na­ni­ca), acá (tan­ga­na­ná) la ver­dad y el sen­ti­do del re­la­to no son la meta del tra­ba­jo crí­ti­co, sino ape­nas su punto de par­ti­da.


31 mi­nu­tos, Her­ma­nos Gua­ren­nes: “Tan­ga­na­ni­ca-Tan­ga­na­ná”

   La meta –o al menos el efec­to– de estos aná­li­sis es cier­ta re­de­fi­ni­ción de la com­pren­sión del ob­je­to, a la ma­ne­ra en que lo hace Ni­co­lás de Cusa cuan­do nos ofre­ce ver en una línea recta in­fi­ni­ta «el arco de un círcu­lo in­fi­ni­to», sin que deje de ser una línea recta.

   Las seis pa­la­bras en­tre­co­mi­lla­das per­te­ne­cen al cuen­to “Aben­ja­cán el bo­ja­rí, muer­to en su la­be­rin­to”, de Bor­ges:
«Re­pe­chan­do co­li­nas are­no­sas, ha­bían lle­ga­do al la­be­rin­to. Éste, de cerca, les pa­re­ció una de­re­cha y casi in­ter­mi­na­ble pared, de la­dri­llos sin re­vo­car, ape­nas más alta que un hom­bre. Dun­ra­ven dijo que tenía la forma de un círcu­lo, pero tan di­la­ta­da era su área que no se per­ci­bía la cur­va­tu­ra. Unwin re­cor­dó a Ni­co­lás de Cusa, para quien toda línea recta es el arco de un círcu­lo in­fi­ni­to...»
   Aun si no toda línea recta es el arco de un círcu­lo in­fi­ni­to, el arco de un círcu­lo in­fi­ni­to es una línea recta. Con mayor pre­ci­sión, el círcu­lo es de área in­fi­ni­ta pero es li­mi­ta­do (tiene una cir­cun­fe­ren­cia, como cual­quier otro, más allá de la cual ya es­ta­mos fuera del círcu­lo). Y sien­do un poco más pre­ci­so, la in­fi­ni­tud de su área y la rec­ti­tud de su arco sólo tie­nen lugar en el lí­mi­te de una su­ce­sión in­fi­ni­ta de círcu­los ex­cén­tri­cos (por ejem­plo, con diá­me­tros que se van du­pli­can­do: 1 cm, 2, 4, 8, 16... = 20, 21, 22, 23, 24...).
   Cuan­to más gran­de es un círcu­lo de la serie, más se apro­xi­ma su borde a la recta de la tan­gen­te ho­ri­zon­tal in­fe­rior; un círcu­lo tan gran­de que sea in­fi­ni­to ten­drá un arco tan es­ti­ra­do que será recto (y se con­fun­di­rá con la tan­gen­te). Si te­ñi­mos esas áreas con una gra­da­ción del negro al blan­co, sólo el círcu­lo in­fi­ni­to será blan­co. Algo así:


   Con seis círcu­los to­da­vía vemos re­don­dez, pero no hay que sub­es­ti­mar una pro­gre­sión geo­mé­tri­ca, como hizo el rey Ia­da­va: ya el dé­ci­mo círcu­lo nos em­pie­za a pa­re­cer recto allá abajo, con este re­cor­te y desde esta dis­tan­cia y pers­pec­ti­va:


   Una vi­sión no sus­ti­tu­ye a la otra, ni la re­fu­ta ni la co­rri­ge; sim­ple­men­te se ubica del otro lado de un signo de equi­va­len­cia que las re­la­cio­na, que pre­sen­ta a una como vi­sión al­ter­na­ti­va de la otra. Puen­tes así son los que va ha­cien­do un aná­li­sis (y, de hecho, la in­te­li­gen­cia misma). (En toda me­tá­fo­ra hay un aná­li­sis así, im­per­cep­ti­ble de tan abre­via­do; por ejem­plo, re­cién me­ta­fo­ri­cé ese «signo de equi­va­len­cia» –que tam­bién es una me­tá­fo­ra– con un «puen­te» –tam­bién– que per­mi­te ir de una a otra «vi­sión» –tam­bién–, que es lo que es ser al­ter­na­ti­vas.)
   En vez de atri­buir­le a un uni­ver­so de datos un sig­ni­fi­ca­do tras­cen­den­tal o una pieza fal­tan­te o es­con­di­da, lo que se busca es dis­tin­guir las fi­gu­ras que for­man las redes de im­pli­ca­cio­nes, afi­ni­da­des y di­fe­ren­cias que se arman entre los datos de ese uni­ver­so (según debe de­mos­trar­lo nues­tro aná­li­sis). Es como un dra­wing by num­bers, pero po­nién­do­le uno mismo los nú­me­ros de cada se­cuen­cia a los datos se­lec­cio­na­dos, como hacen con las es­tre­llas los niños que es­cri­ben que di­bu­jan cons­te­la­cio­nes en el cielo.


el Zam­bu­llis­ta


PD del 9 de oc­tu­bre de 2021:

   En el pro­ce­so de es­cri­bir una pri­me­ra ver­sión de este en­sa­yo, que debía leer el 11/5/2006 en un con­gre­so en La Plata, el 29/3/2006 grabé el pri­mer prác­ti­co del año (“la clase del no”, me en­te­ré des­pués que la lla­ma­ron en un grupo).
   En­ci­ma que es un mo­nó­lo­go, es uno más vis­co­so de lo que me gus­ta­ría. Apro­ve­cho para ho­me­na­jear a René La­vand con un mo­nó­lo­go que no se puede hacer más lento, pero de un modo in­ter­mi­ten­te en vez de pe­sa­da­men­te con­ti­nuo. Se mueve como en una onda roja: arran­ca y frena, es­pe­ra, arran­ca y frena, es­pe­ra...
   Con esa per­for­man­ce, casi todo el peso de sos­te­ner el in­te­rés recae en los ar­gu­men­tos y su pro­gre­sión.


el Zam­bu­llis­ta