En una improvisación radial de Dolina, en un subsuelo hay una ventana alta que da a la vereda, a nivel del suelo. Entre todas las piernas que se ven de paso, alguien reconoce el pie de X. La irrupción de una equivalencia interrumpe el relato o mi atención: reconocer el pie de X y reconocer a X por su pie es la misma cosa, se implican mutuamente. Examinar más de cerca ese reconocimiento bifronte es la razón de los divagues que siguen.
Lo primero que hay que decidir es en qué clase de relación poner a X y a su pie, a qué categorías adscribirlos. No es decisivo que la más evidente sea la relación que hay entre una parte y su todo; lo que debe importar es si es la más pertinente para retener aquella reciprocidad. La victoria será para el equipo de categorías que más fluidamente se deslice en las dos direcciones de una equivalencia, en su mutua implicación. El primer rival del equipo evidente es su vecino de grado en un descenso de especificidad. Ser un miembro de un cuerpo es menos específico que ser una extremidad (ser un pie no cuenta, porque no es una categoría, sino una de las identidades a categorizar, que en este juego es el grado máximo de especificidad). A su vez, ser una parte de un todo es menos específico que ser un miembro de un cuerpo. Su rival es el que sigue, porque menos específico que eso es ser el rasgo de una entidad: una propiedad.
El grado que buscamos es aquel en el que va y vuelve una necesidad lógica de un término a otro por el espacio suficiente de un túnel (en lugar del excesivo de una caverna, que la despistaría, o del exiguo de una madriguera, que la atoraría). Esa vuelta de colectivo con recorrido de taxi conecta las categorías del primer grado de especificidad apto para representar, sin muchas desprolijidades, la escena de la equivalencia entre reconocer el pie de X y reconocer a X por su pie.
No por ser la más evidente, entonces, sino porque es preferible arriesgar con la relación menos inespecífica de las dos, saldrán en principio al escenario una parte y su todo. Si en algún tramo del ida y vuelta hay que ensanchar para destrabar, podrá recurrirse al vecino de menor especificidad (y, por lo tanto, con menos pruritos de asociación). Hacia el final, ese vecino de participación ocasional pasará a compartir el escenario con la parte y el todo. La idea será comparar las versiones de la equivalencia que se hacen en cada grado, y mostrar cómo al pasar de la parte y el todo a las meras propiedades y entidades disminuye también la especificidad retórica.
Pensados como partes de una persona, los pies no son portadores de identidad; la identidad será un atributo del todo, no de alguna de sus partes. Pensados como piezas independientes, emancipadas de esa relación orgánica, pueden soportar nombres (por ejemplo, el pie A, el pie B, el pie C del laboratorio donde trabaja el fabricante de Frankenstein, que elegirá los dos más idóneos de su colección). Pero ahí donde hablemos del pie de X, ahí donde le demos a ese pie el carácter de parte, su reconocimiento será el reconocimiento sinecdóquico del todo del cual es parte.
Pero esto es sólo la mitad del asunto; nos toca volver para completar la vuelta. El reconocimiento del todo tampoco es autónomo: es tan dependiente y mediato como el de una de sus partes. Porque así como no puedo decir que reconozco el pie de X pero no a X, tampoco puedo decir que reconozco a X pero no reconozco ninguna de sus partes (o rasgos, si una mayor generalidad es necesaria, aunque nos traslade a una metonimia menos específica).
En resumen, es condición reconocer a X para reconocer alguna de sus partes o rasgos (y decir, por ejemplo: “ese es el pie de X”); y es condición reconocer alguna parte o rasgo de X para reconocer a X (y decir: “ese es X”).
Así, si una identidad se constituye en una relación entre una parte y un todo, su reconocimiento sigue alguna de las dos direcciones posibles de una sinécdoque, que es una subespecie de metonimia. Y si se constituye en una relación de mayor generalidad, las dos direcciones son entonces las de otra metonimia, menos restrictiva, una metonimia del rasgo por la entidad, y viceversa, lo que es más general que una sinécdoque.
En estos acordes de variaciones de especificidad retóricas y variaciones de especificidad conceptuales, hay que escuchar al pensamiento acomodándose en distintos grados de la escala para observar el espectáculo de una equivalencia, la que va y vuelve entre reconocer el pie de X y reconocer a X por su pie.
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