No sé dibujar historietas y a veces me sucede imaginarlas. La edición del espacio y del tiempo que permiten y necesitan, habilita un mundo de posibilidades narrativas de una eficacia y economía admirables. Uno de esos mundos se me vino encima mientras lo exploraba.
Primera viñeta. Arquímedes se ha arremangado y ya tiene el cuerpo y las manos en posición y disposición de jalar. En plena rutina, está por mover con su palanca un mundo que es el doble de grande que él. Arquímedes, palanca y mundo llenan la escena, que es la de una acción en progreso. Apenas si se ve al fondo una puerta, que también puede no estar.
Segunda viñeta. La escena ahora es la de un efecto, un estado resultante. La perspectiva ha retrocedido. Un elenco duplicado hizo abrir la toma. Hay dos niveles de terraza, como dos escalones de gigante. En uno, cerca del ángulo inferior derecho de la viñeta, el cuerpo de nuestro Arquímedes sobresale por los bordes del mundo que lo aplastó, que fue movido desde el escalón superior (lo sugiere la pose de la segunda palanca). Pero en lugar de resolverse con la recursión, el enigma se reproduce, porque ahí (cuadrante superior izquierdo) hay otro Arquímedes, y lo vemos yacer igual bajo un mundo idéntico que también se le desplomó encima.
En realidad, no podemos saber cuál de los dos es nuestro Arquímedes, e incluso si es alguno; la dirección de la ley de gravedad y nuestros hábitos visuales nos hacen suponer que es el de abajo a la derecha. Pero ése bien podría ser un tercer Arquímedes, y el de arriba a la izquierda el segundo; el nuestro habría quedado fuera del cuadro, en dirección noroeste. O en dirección sureste, si el de abajo a la derecha fuese el segundo y el de arriba a la izquierda el tercero. Recordemos que no hay lunar ni posición que los diferencie. El asunto es que si pudimos pasar de uno a dos Arquímedes, bien podríamos pasar de dos a tres, que es el primer número de la multitud. Es una sugestión, pero nos manejamos con ella como si fuera una certeza implícita o adelantada.
No contenta con haber cometido este rizo, la historieta desperdiciará la oportunidad de acabar acá.
Tercera viñeta. La perspectiva retrocede una segunda vez, con un tranco mucho mayor pero sin salto temporal a rellenar. La escena, meramente ampliada, sigue siendo estática. Se empieza a rizar el rizo. Bruscamente hemos perdido a nuestros Arquímedes en una multitud de Arquímedes aplastados por grandes mundos caídos del escalón superior. La cúspide de ese racimo piramidal de escaleras queda fuera del encuadre. No los vemos, pero inferimos con resignación y fastidio que en cada último escalón que integra la cúspide hay o hubo un Arquímedes erguido sosteniendo como un cetro su palanca, satisfecho con la demostración. Si no lo entendimos ya en la segunda viñeta, entendemos en esta que justo antes de que cada Arquímedes de un mismo nivel activara su palanca, la vino a activar el mundo que se le cayó encima. Entendemos que asistimos a la imagen de un caso (repetida maniáticamente) en que una demostración del principio de palanca se cumple frustrando otra (frustrando a otro demostrador, más precisamente, porque la demostración igual se realiza: con él debajo en lugar de gracias a él, pero se realiza).
No es necesario ni relevante que un Arquímedes encumbrado sea conciente del efecto dominó que provocó escalera abajo; tampoco, que sepa que se adelantó a todas las rutinas inferiores, aplastadas en plena inminencia, y que se sincronizó con todas las otras de su nivel. Él hizo lo suyo, tomó su palanca y se retiró al interior de la cúpula por la puerta que hay en la pared de cada escalón, tal vez como todos los días. En esta ocasión resultó así. Quizás en otras los Arquímedes fueron haciendo sus demostraciones de abajo hacia arriba, y para cuando les caía el mundo ellos ya se habían retirado a su casa-escalón; el cuadro sería idéntico, salvo por la ausencia de aplastados.
Podemos saber que la antigüedad del estado de cosas monótono que hay en esta tercera viñeta es igual o superior al tiempo que demora el efecto dominó en bajar por la longitud visible de las escaleras. Según la perspectiva y el salto en el tiempo que dé la cuarta viñeta, podremos esperar ver finalmente en la última plataforma un punto de apoyo ya abandonado o a un Arquímedes que todavía jadea con disimulo (como tiritaría en invierno un buen vendedor de helados en mangas cortas).
Cuarta viñeta. Se termina de rizar el rizo. Desde una perspectiva aun más distanciada, donde el contorno del conjunto ya no se distingue, vemos una suerte de miniatura de pirámide maya granulada, rociada de esferas diminutas. A una distancia tan simplificadora, ningún Arquímedes, ni aplastado ni erguido, es detectable con el ojo desnudo. La cima de la pirámide se deja ver cuando ya no se puede discernir qué hay en ella. Habrá que conformarse con las inferencias que se puedan hacer, tal cual nos toca conocer el mundo.
Dadme un punto de vista y me moveré por el mundo.
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