Supongamos que tengo un aparato con botones. El botón 3 dice que el oprimirlo destruirá el aparato; el botón 4 dice que revocará la acción del botón 3.
Si en verdad tiene este poder de reversión temporal, esta puede ser la n-ésima vez que se van a apretar los botones 3 y 4. Algunos creyentes del poder del botón 4 suelen invertir el razonamiento: la prueba de que el botón 4 tiene ese poder es que el aparato está ahí, recién revertido de otra conflagración (en el relato “El informe de Brodie”, de Borges, como prueba del poder de convertir hombres en hormigas que tenían sus hechiceros, un yahoo le señaló un hormiguero al misionero escosés David Brodie). Si el 4 no tiene ese poder, los dos botones necesariamente están esperando su debut. Si tampoco tiene el botón 3 ningún poder de destrucción, su farsa encubre o acompaña la del botón 4, que nunca se verá en la necesidad de probar que puede lo que no puede. Y si el botón 3 destruye realmente el aparato (nada muy difícil: es simplemente fabricar un explosivo con un detonador), el botón 4 tendrá la ocasión (la obligación) de hacer una demostración de su poder.
El sentido común dice que el botón 4 no estará ahí cuando se lo necesite. Eso a un tipo de fe no lo convence, y resuelve confiar en que el botón 4 sabrá arreglárselas, que por qué iba a haber hablado, si no. No obstante, tal vez prefiere no poner a prueba su fe ni arriesgarse innecesariamente apretando el botón 3 antes del 4.
Pero un fanático podría pasar de la subestimación pasiva de la acción del botón 3 al deseo de su detonación, para probarles de una vez por todas a los incrédulos que el botón 4 no promete en falso.
26 de enero de 2009, 18:14
no podía dejar de expresar mi deleite:
estoy deleitado
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