a la mía madre
En vísperas de una intervención quirúrgica muy delicada, la señora N apoda a su marido “el viudo”.
El humor es una toma de distancia, se sabe. Si su objeto es el propio humorista, es la distancia de un desapego. Esa distancia y ese desapego son máximos –y para mí envidiables– cuando el tema del humorista es su propia muerte (a través del luto ajeno, con la distancia también en la perspectiva), porque es la suerte más indeseable (y más cuanto más prematura, si uno no es tan infeliz como para preferirla).
Si ese deseo de omisión y su fuerza adhesiva son cosas distintas, entonces el desapego del autohumorista tanático consiste en desprenderse de esa adherencia, incluso si no se desprende también del deseo que la crea, el de seguir existiendo; consiste en conservarlo en la abstracta condición de un deseo sin apego ni repulsión, un deseo pacífico: sin nada que defender, sin nada de lo que defenderse.