El ilusionista que vuela, el que atraviesa una muralla, el que desaparece y reaparece más lejos saliendo de un interior hermético, el que hace aparecer y desaparecer cosas de sus manos o de su galera: todos ellos desafían la vista de los hechizandos ostentando su visibilidad, su presencia, haciéndose el foco de todas las miradas.
En la otra punta, hay ilusiones que procuran invisibilizar una presencia discretamente, sin enigmas ni desafíos, sin llamar la atención. Se trata de hacer que todo parezca natural, mimetizar la intervención en el flujo casual e impersonal de eventos, disimular la obra que se decide en la contingencia de lo que meramente acontece.
1. Ostentoso
En el interior de la primera zona de efectos, vamos a asistir a una función del arte enigmático de hacer pasar desapercibido algo –mediante su manipulación entrenada– en lo que estamos prestando atención. Tal vez porque la función es también una sesión de trabajo y hay dinero en juego, acá el desafío es explícito: “La mano puede ser más rápida que la vista”, repite en su monólogo un tipo mientras esconde con agilidad una bola esponjosa entre tres cubiletes apenas más grandes. En un parque o en una calle, todas las miradas de un pequeño público están puestas en esos enroques sinuosos.
Mientras los pases discurren, cuantos más escondites seguidos uno logra (o cree lograr) identificar, más se va tentando para apostar cuando el tipo pare y pregunte en qué cubilete quedó la bola. El apuro por responder es lo grande que lo hace la ansiedad por apostar a una fija que nos pasaron nuestros ojos. Si acertamos, nos anoticiamos de que nuestro cerebro no ha sido engañado; si no acertamos, de que sí. El duelo se parece a una persecución de la vista sobre la bola, como en el pregón del hombre. O a un juego de escondidas en el que cantar ¡Piedra libre a X en el tercer cubilete! te puede hacer ganar dinero y escuchar ¡Sangre!, perderlo.
Ahora pongámonos en el lugar del prestidigitador, en el momento en que detiene los cubiletes e invita a apostar. (Rara vez él rebaja o rechaza una apuesta, pero me pregunto qué haría si alguien lo desafiara con tanto dinero como el que tiene para bancar, o sea, a todo o nada.) Si el hombre ha sido demasiado bueno en lo suyo, entre el público no hay competencia por ser el primero en apostar. No es raro que el primer turno quede desierto y el tipo tenga que repetir su invitación. El que responde al desafío en el segundo turno en general lo hace ya dudando de lo que vio y, por lo tanto, arriesgando menos. Los que más plata apuestan son también los que lo hacen antes porque son los más seguros, los que pujan por anticiparse a los otros porque no dudan haber visto el último cambio de escondite. (A propósito, es notable la lucidez de los que no han apostado.)
Las seguidillas de derrotas y las seguidillas de victorias del showman se autoalimentan. Como a él lo rigen el deseo y la necesidad de tener banca, y no una adicción de apostador, las malas rachas son cortas y las buenas, relativamente largas (diferencia que un ludópata tendría sólo por descapitalización prematura, nunca por desgano o resolución gustosa de retirarse un rato o por hoy). Las rachas puras (o continuas) son una estrategia; las mixtas (o alternas) son otra. Al ilusionista le convendrá moderar la brecha de sus éxitos e intercalar cada tanto una derrota que aliente a apostar (“saber que se puede” para “querer que se pueda”, cantaría otro esperanzado). La infalibilidad, incluso la racha muy larga, ahuyentan apostadores (como ahuyentarían a cualquier otro tipo de competidor, excepto a los provistos de un extraordinario y envidiable desapego o de un mero masoquismo).
2. Invisible
- Futurama, “Los seguidores de Dios” (temporada 3, episodio 20)
El truco de pasar desapercibido sin andar ostentándolo es un sucedáneo del poder tan fantaseado de la invisibilidad (y sin capa mágica ni tecnológica). La reiterada frase del tal vez Dios binario, un ser que cultiva la duda filosófica, puede ser entendida o relanzada como una receta de invisibilidad, cuyo logro es la prueba y parece el premio de haber hecho las cosas bien.
Eso que hace tan bien que no se nota que fue hecho (en lugar de meramente haber sucedido) es mediar. Precisamente para favorecer la ilusión de un contacto inmediato (por ejemplo, del proveedor al beneficiario, del autor al lector, de la realidad a los ojos), los roles de mediación –santos y divinas providencias comedidas, redactores fantasmas, traductores, correctores, pantallas– tienden a la invisibilidad, a la discreción absoluta. En un rol y un oficio así, para ellos el ideal de ser es no ser (vía evitar ser) percibidos, lo que los hace indetectables y los mimetiza con lo inexistente.
2.1. Indetectable
- El Primer Lord del Almirantazgo británico, Sir Jonathan Band, y el ministro de Defensa francés, Hervé Morin, trivializaron el “percance”. Una síntesis de sus declaraciones sería “finalmente, nada pasó”. En conferencia de prensa surgió una pregunta sobre el tema y Sir Jonathan afirmó –con gesto fastidiado– que el choque no había afectado a las tripulaciones, que los submarinos “sólo habían sufrido rasguños” y que la seguridad nuclear no había corrido riesgos. Hervé Morin –que días antes sostuvo que “Le Triomphant” había tropezado con un container– incursionó en comparaciones marinas: “Se trata de una problemática tecnológica extremadamente simple: estos submarinos son indetectables. ¡Hacen menos ruido que un camarón!” (Le Monde, 17-02-09). No es el caso, obvio, de un estallido atómico.
Juan Gelman, “El Atlántico no alcanza”, en la contratapa del Página/12 del 22-2-09.
El hombre invisible desperdiciaría una ventaja enorme para ser indetectable si chocase con gente o tirase cosas, si oliese mal o si fuese ruidoso. La gracia de ser invisible es que es muy útil para lograr ser indetectable; mantenerse inodoro, insípido, silencioso y distante son pasos necesarios pero cortos hacia la meta, comparados con el de mantenerse invisible. Si lo definimos por lo que implica, ser indetectable significa que podemos siempre esquivar a los otros y que los otros no pueden esquivarnos si no queremos. Es un combo de atributos que no admite sin riesgo más de un portador por zona de influencia y circulación. El encuentro de los dos submarinos ilustra lo peligroso que puede resultar que lo tenga más de uno.
No todo cruce de absolutos es paradójico. Pero en toda paradoja de este tipo hay un cruce de absolutos (de negaciones mutuas de atributos absolutos). Dos competidores infalibles, como el perro de absoluta eficacia y la zorra inatrapable, se encuentran y producen una paradoja, un problema conceptual insoluble; suspenden la decisión inteligente en un dilema con dos callejones sin salida, dos fuerzas con igual derecho a prevalecer y a excluirse entre sí. Su situación es imposible por contradictoria, como la del caso hermano de una lanza irrechazable que choca contra un escudo impenetrable.
Primos suyos, dos móviles indetectables, como esos dos submarinos, se encuentran y pueden provocar un desastre nuclear (que “si se puede evitar, no es un accidente”). La suerte por la tenue consecuencia del encuentro compensa el “azar extraordinario” y desfavorable de que haya tenido lugar, pese a la enormidad de espacio disponible para navegar fuera de un curso de colisión.
¿Cómo definir lo similar y lo distinto de este parentesco? En ambos casos una incompatibilidad de convivencia entre dos atributos o capacidades (posibilidad, poder o potestad) produce consecuencias no deseadas e indeseables, unas para la lógica y otras para la vida en la Tierra. El encuentro paradójico tiene consecuencias en lo simbólico, en su entramado lógico, en la producción de simuladores de interacción con el medio (o sea, de signos cuya trama de relaciones es un compendio de lo que sabemos y creemos, que usamos para hacer predicciones útiles sobre la continuación del medio, que a su vez usamos para elaborar cursos de acción ventajosos o resistentes). El encuentro catastrófico tiene consecuencias en la física y la química de nuestro medio, en cómo quedan barajados los átomos que componen la materia visible en una instantánea del universo posterior a ese encuentro.
2.1.1. Equiparable
En el segundo caso quedan comprometidas las posibilidades de supervivencia del conocedor; en el primero, las condiciones de posibilidad de su conocimiento. En la trama afectada del primer caso hay, básicamente, relaciones de equivalencia conceptual y analogías, que forman líneas y redes de sentidos parcial o totalmente coincidentes. Estos agrupamientos, gracias a los cuales nos ahorramos tener que ir estrenando nuevas categorías cada vez, son el trabajo más conspicuo de la inteligencia en la especie humana; el metaforizar es otra versión y otra manifestación de esa actividad.
Una última deriva. Estas relaciones, a su vez, son similares a las que se dijo que hacían a la matemática –una parte y una herramienta de cualquier simulador–, cuando fue vista como una colección coherente de tautologías, de relaciones de igualdad (o, mejor dicho, de co-referencialidad).