Cinco y un casos
Si se tiene una identidad postiza y secreta, es que debajo se tiene una original y pública. No se puede tener sólo una identidad postiza, se la exhiba o se la oculte. Visible o invisible, se puede tener sólo una identidad original, la que viene de fábrica, la pública y por default; bastará con no andar por ahí desdoblándose en secreto.
Entonces, si se va a tener alguna identidad, se puede tener:
1) sólo una identidad pública visible (verdadera, un ciudadano común y corriente; falsa, un impostor; nueva, un testigo trasladado con identidad cambiada);
2) sólo una identidad (pública o no) invisible (alguien escondido o ignorado o mimetizado como un pulpo);
3) una identidad pública invisible y otra postiza visible (un superhéroe o un villano siempre disfrazados, sin duplicidad persona-personaje, como puede ser Gatúbela);
4) una identidad pública visible –verdadera o apócrifa– y otra postiza invisible (un informante o un espía);
5) una identidad pública visible (Diego de la Vega) y otra postiza también visible (el Zorro).
Es posible encontrarle una sexta pata al caso, pero tal vez no una séptima. Si hay más papeles en el reparto, lo mejor que le puede pasar a esta grilla (a su eficacia predictiva) es que haya uno y realice el combo restante: una identidad pública y otra postiza, ambas invisibles. Por el doble cruce de rasgos, sería el caso del Zorro escondido (o sea, Diego de la Vega disfrazado de Zorro y escondido) y también el de un espía siempre escondido (menos visible aun que el agente 13, al que a veces –creo que todas las que se lo ve– se lo ve conversando desde su escondite con Maxwell Smart).
Sobre el final del ensayo voy a argumentar que estos dos combos no tienen caso, que son poco menos que vanos. Pero hay un caso que sí tiene y que no es poco menos que vano: el de esa doble invisibilidad sería también el caso de un disfrazado (de gorila, por ejemplo) que lograra pasar inadvertido sin esconderse, incluso exhibiéndose. Para desarrollarlo con la libertad de ir adonde nos lleve, su análisis lo voy a colgar del final del ensayo.
Escondidas, simulaciones, alter egos y disimulos. Para lo que me interesa divagar, voy a dejar de lado los papeles de identidades simples y a dedicarme a los casos donde hay duplicidad, es decir, a espías y superhéroes de identidades dobles.
Casos 4 y 5
- El héroe remozado y un nuevo villano, hijo de otro que fue director de la CIA ¡en 1976!
Ambos llevan, entonces, una doble vida. En ambos casos, el secreto está dentro de la comunidad: el doblado vive entre pares, sea oriundo o extranjero. En un caso, la comunidad no sabe que uno de los suyos lleva una doble vida; en el otro, lo que no sabe es quién de los suyos lleva una doble vida (el impostor o usurpador de identidad no tiene una doble vida, sino una falsa, toda fingida). El primer caso es el de un espía y su actuación sigilosa o insospechable, su infiltración exitosa; el segundo, el de un superhéroe como el Zorro y su actuación ostensible y casi siempre espectacular (simultáneas de esgrima y retos especiales, cabalgatas peligrosas, persecuciones, malabares en sogas y tejados, etc.). Para el caso de la doble visibilidad, el momento de alternar de identidad puede ser voluntario o involuntario, retenido u olvidado (por ejemplo, entre Diego de la Vega y el Zorro, para las primeras opciones; y entre Dr Jekyll y Mr Hyde, para las segundas).
Mientras Diego de la Vega tiene una identidad secreta, alguien que espía tiene como secreto la existencia misma de su otra identidad (si cambia de nombre) o de su otra actividad (si no cambia, y lleva dos vidas bajo un mismo nombre, como hacen los soplones e informantes afines). (Un espía puede devenir enigma, personaje misterioso, si se averigua que hay uno pero no todavía quién, que es cuando empieza la búsqueda y elaboración de sospechosos.)
Caso 5
1
- “Masquerade for murder”, episodio 35 de la 2º temporada de El Zorro.
Empecemos distinguiendo entre un disfrazado en serio, que así se esconde, y un caracterizado, que es un disfrazado lúdico que se exhibe. Diego de la Vega se disfraza para ocultar su identidad cuando actúa diferente (sería absurdo que hiciera las mismas cosas con o sin disfraz); el Sargento García y los demás asistentes a la fiesta de disfraces lo hacen para jugar, como en carnaval, a que tienen otra identidad (las adivinanzas posibles son cuál y quién).
Para hacer de verdugo de Su Excelencia/Nerón, un doble de la identidad de juguete que tiene don Alejandro, que está disfrazado de verdugo, intenta matarlo en el establo para sustituirlo en la fiesta (y que el muerto posdatado venga a sustituirlo en la culpa).* El Zorro frustra la secuencia, dialoga debajo del disfraz con su padre, y a la charla se suma un relajado Sargento García/Nerón, que confunde al “forajido” con un caracterizado.
Repasemos: un Nerón le pide al otro que se aleje de su vista, para dividirse el territorio y evitar la convivencia con su doble; un verdugo intenta tener usurpada la identidad de otro a la vista de todos, para ejecutar (siguiendo con la silepsis) en su nombre a un tercero; a la vista del Sargento García, el Zorro pasa por invitado. Un doble público, un doble impostor y un doble imaginario: las posibilidades miméticas convierten una fiesta de disfraces en un laberinto de espejos.
- “Presenting Señor Zorro”, episodio 1 de la 1º temporada de El Zorro.
En rigor, Diego de la Vega no tiene una doble vida sino dos: una por ocultarse con el disfraz de Zorro y otra por disimular su valentía y su lucidez fingiendo ser un torpe inofensivo y un pusilánime: un mero letrado (todo por culpa de la agorafobia que le provoca cualquier otro mundo que no sea el de las artes y las ciencias, en cuyo aislamiento se le atrofian la motricidad y la audacia).
Con el disfraz de esa actuación de cordero, Diego de la Vega equidista de la cualidad del león que él esconde (la fuerza) y de la del zorro que lo esconde (la astucia), acaso porque estas carencias definen mejor que otras lo que es ser inofensivo.
Como sea, en la mejor tradición de los personajes de Lewis Carroll, el Zorro es un personaje que nace de un dicho popular (un proverbio, en su caso). El momento del nacimiento concluye con la adopción de una firma, que el parturiento Diego de la Vega hace y muestra por primera vez, a Bernardo y a los televidentes, sobre una partitura, es decir, sobre uno de los implementos del disfraz de cordero.
A partir de ahí, darse la ocasión y la maña para trazar esa rúbrica de sus obras y marca de su castigo sobre puertas, panzas y uniformes, será una de las evidencias en vivo de la suficiencia y habilidad del Zorro en la esgrima.
Como me comentó Luz en un mail, también Superman tiene tres identidades: una nativa (la extraterrestre de Kal-El), otra naturalizada (la ordinaria de Clark Kent) y otra por opción (la extraordinaria de Superman, que no es hombre y sólo entre hombres es súper). De las dos electivas, hay una identidad (la pública) en la que Kal-El disimula los poderes con los que llega a la Tierra en un moisés interestelar, y otra en la que los usa (la secreta).
Análogamente, en Los Ángeles Diego de la Vega disimula con el disfraz de cordero letrado los poderes con los que vuelve de España –adquiridos en tres años de formación, no en la cuna–, y los usa convertido/disfrazado en el Zorro.
Los desenmascaramientos de uno y otro tienen el mismo potencial de daño; ser conocido es ser vulnerable. Para prevenirlos, ambos disimulos recurren a los argumentos de inocencia de la pusilanimidad y la torpeza, que están en las antípodas de los rasgos que caracterizan la identidad a desenmascarar.
Sobre esas diferencias relativas a cómo y de dónde provienen cada uno y sus poderes, se monta una diferencia relativa a las consecuencias y a la visibilidad de cada filiación u origen.
Superman es un disfraz y un alter ego de Clark Kent, que es la impostura terrestre del extraterrestre Kal-El, que es la identidad originaria cuyo descubrimiento acarrea el de su vulnerabilidad (“no olvidemos que finalmente todos sus problemas graves –y los peores archienemigos– derivan de esta tercera identidad”, escribe Luz).
Análogamente, el Zorro es un disfraz y un alter ego del Diego de la Vega regresado, que es la impostura californiana –cobarde y torpe– del Diego de la Vega que en España le sumó a su valentía juvenil, impulsiva, la destreza con la espada y la madurez de un estratega.
Pero al hijo de uno de los hacendados más importantes de California su origen (social, ya que no biológico), que en vez de secreto no deja de ser ostensible, lo dota de una inmunidad especial, una respetabilidad y una protección superiores: todo lo contrario de una vulnerabilidad.
Algún otro de su clase utiliza esas ventajas para consolidarlas con injusticias impunes, suelto o aliado a la autoridad de turno. Diego de la Vega, en cambio, las utiliza para insolentarse con la autoridad injusta bien inmunizado; o sea, para ser abiertamente la versión testimonial de una moral justiciera, de la que el Zorro es de un modo clandestino la versión ejecutiva.
La fuerza insuficiente de la primera versión, que es política, proviene de una pertenencia de clase; la fuerza exitosa de la segunda, que es guerrera, es mérito de un solitario, uno que está al margen de la ley y de la comunidad que con ella se controla y regula: un forajido con recompensa de captura. De él no se discute desde dónde actúa, sino sólo en contra o a favor de qué: o en contra de la ley y el orden, para quien los usa con la ambición de volverse más poderoso y más rico (Monasterio) o conspirando para uno así (los agentes del Águila); o a favor de una “verdadera” justicia, según aquellos para quienes el Zorro les da lo que la autoridad les niega, les quita o no evita ni revierte que otros –un patrón abusivo, un aventurero con codicia, un simple ladrón– les nieguen o les quiten.
En la serie, el proceso de “desforajización” del Zorro tiene su clímax cuando, en vez de pelear contra los soldados del Rey, pelea junto con ellos contra un enemigo extranjero y su títere local, tiránico e inescrupuloso, según son representados los movimientos independentistas (la bandera española llega a ser arriada y reemplazada por la del Águila; la tiranía de Monasterio fue siempre la de un súbdito de la corona, injusto pero leal).
En cambio, Superman es de entrada un justiciero también para las autoridades, que suelen verse superadas por los villanos y oportunamente asistidas por “el gran Boy Scout azul”.
4
- “The fall of Monastario”, episodio 13 de la 1º temporada de El Zorro.
Jugando con otro dicho, este Zorro no cambia de pelo ni de maña. Tampoco le convendría hacerlo: si perdiese el pelo, la modificación simultánea en Diego de la Vega y en el Zorro podría hacer sospechar a alguno. De hecho, podría haberse usado el cambio de pelaje para detectar la constancia de la maña y la identidad del mañero. Desviémonos por acá.
Sabiendo que el disfrazado es uno de nuestra comunidad, podemos descartar a una parte de los varones: los que no tienen bigote. Ya hecho el censo de los que tienen, lo peor que podría hacer el Zorro sería afeitarse. Si al primero de la lista con bigote se le pide que se afeite y el Zorro hace su nueva aparición con bigote, el hombre queda descartado; si aparece sin bigote, queda descubierto (todos los bigotudos quedan descartados y es el único sin bigote no descartado antes, cuando el Zorro tenía). La sucesión de descartes es finita: el último posible es el descarte del penúltimo sospechoso; por descarte, el siguiente debe ser el Zorro, ya sea que se lo afeite (es el último sin bigote y el Zorro aparece sin bigote) o que no se lo afeite (es el único con bigote y el Zorro aparece con bigote). De los que van a ser afeitados, el Zorro tiene que ser, a más tardar, el último, cuando ya no se necesita que se lo afeite.
Caso 6 a partir de 5
Acorralado por los barberos, la opción que le quedaría al Zorro, si no renunciara a actuar, sería mantenerse oculto. Pero si estuviera siempre de incógnito, sería superfluo que tuviera una identidad secreta. Si va a permanecer escondido y lo logra, el disfraz esconde vanamente su identidad pública: el Zorro y Diego de la Vega están escondidos indisolublemente juntos. Un escondido disfrazado está tan inútilmente disfrazado que lo mismo valdría que estuviera desnudo.
Por supuesto, descubrir el escondite fijo del Zorro es avanzar hacia el develamiento de ese escondite portátil que es el disfraz (un tipo escondido en un buzón que se mueve es más bien uno disfrazado de buzón). (En la serie, algunos perseguidores terminan pagando el privilegio de uno o ambos conocimientos con sus vidas, cobradas en un malentendido o en un accidente fatalmente fatales.)
Caso 6 a partir de 4
Un escondido puede ser un buen espía, pero un espía que esté siempre escondido es un espía limitado; al menos, es la mitad de hábil y de útil que uno que pueda alternar a discreción entre el estar escondido y el mimetizarse entre la gente sin ser descubierto ni sospechado. En cambio, el que no deja de estar escondido, si espía, es un espía que, en cuanto a roles, tiene de especializado lo que tiene de acotado, como el agente 13: es el único en tener el único rol que tiene, que es el de una vigilancia permanente de incógnito.
La entrega de la información obtenida es una función necesaria de ese rol, no otro rol, pero que a la vez malogra su pureza: el ocultamiento deja de ser perfecto o continuo. Pero sin esas excepciones informativas, el rol pierde sentido: los conocimientos de un espía que no se puede reportar son perfectamente inútiles, meramente conjeturables, como si pusiéramos una cámara de vigilancia que no pudiera mostrar lo que capta.
Caso 2, casi 6
- BBC, ¿Dónde están los aliens?
- “Monasterio sets a trap”, episodio 7 de la 1º temporada de El Zorro
En la introducción dije que me iba a restringir a casos de doble identidad. Para seguir el tema de la escondida perpetua, aceptemos la excepción del caso del segundo epígrafe.
De un pulpo que se mimetiza al punto de cuasi metamorfosearse* puede decirse que tiene una doble identidad: la que Natura le dio, de pulpo, y la que su Salamanca le presta, de alga. Pero no puede decirse lo mismo de un soldado escondido para una emboscada: la suya es ahí una identidad simple y pública (con agregado de profesión) invisible. Lejos de ocultar como un disfraz, un uniforme exhibe y hace que uno se haga ver, más allá de que tanta visibilidad ande circunstancialmente oculta.
Si no llegara la contraorden de Monasterio, las instrucciones de la “precaución especial” que ha tomado el Sargento García convertirían en permanente esa circunstancia, con un conjunto de soldados limitados a reflejar iniciativas, privados de tenerlas. (El ocultamiento perfecto y continuo sucede esta vez en cumplimiento de una consigna, no en razón de una persistencia voluntaria.)
Pero antes de proyectarse como permanente, la circunstancia es dudosa. El Sargento García cree que “están los hombres debidamente ocultos”, pero no lo sabe: “Los he buscado, pero no los he podido ver”. La misma imposibilidad testimonial que acá le impide alcanzar la certeza es repetida por el Sargento, luego de caer en la incongruencia pretendida, como prueba orgullosa de lo bien escondidos que están sus subordinados: “Con mis propios ojos no los he podido ver”.
Una sinestesia le permitiría al Cabo Reyes ver un ruido.* Pero no hay modo de ver a un escondido (sin que deje de estarlo para quien lo ve). Se trata de un despropósito similar al de señalar un rincón oscuro con el haz de luz de una linterna. Acá no es posible ver para creer; hay que creer o reventar. Un escondite exitoso no se distingue de uno meramente inexistente. (Un chiste que me hicieron de chico fue mostrarme un dibujo de un árbol y preguntarme qué había ahí. Cuando contesté que un árbol, me dijeron que no, que había un árbol y un perro. Volví a mirar el dibujo, pregunté ¿Dónde está el perro? y me respondieron Detrás del árbol.)
Esconder algo o esconderse uno (ocultándose como un emboscado o mimetizándose como un pulpo o una sepia) es hacer creer que no hay lo que hay. De la misma creencia sufre el ignorado, aquel con quien nadie interactúa, el que ve a quienes le hacen creer que no está ahí o que no existe (en contra de lo que le hace creer su “Veo; luego, existo”).
Caso 6