Pelos y tontos





Curiosamente, el pelo es usado en dos sentidos complementarios por culturas alejadas en el tiempo y en el espacio. En la que vivo se dice que “X no tiene (ni) un pelo de tonto”, que quiere decir, aunque con sorpresa, que X es muy vivo o muy inteligente. En la que vivió el budista mahayana Âryadeva (siglo III), a quien se le atribuye el Tratado denominado “El pelo en la mano”, se hizo una comparación implícita: «Con la expresión “el pelo en la mano” el autor quería sin duda expresar que el tema que desarrollaba aparecía tan claro en su tratado como un pelo en la palma de la mano», según la introducción que se lee en Budismo Mahayana, de Fernando Tola y Carmen Dragonetti (Buenos Aires, Kier, 1980, página 89).
Superemos la sorpresa por la escena elegida para representar la claridad. (Usamos una similar para significar en la dirección contraria: un pelo en la leche, pero con la acción de buscar, no la de ver, y para reprochar una suspicacia, no para elogiar una perspicacia. Y todavía menos notorio es un pelo en un parquet recién plastificado, salvo que se lo enfoque con el alto contraste de una luz reflejada.) No importa cuánto se merezca la escena del título ser la imagen de un alto contraste, de algo evidente. Lo que me importa es que el alto contraste que haya estará discerniendo (para no ambiguar con “discriminando”) tontos de no tontos: los que no logran ver y los que no pueden dejar de ver, por ejemplo, un pelo en la mano (o un traje en un telar o en el cuerpo del emperador). Como se ve, es una vecindad de carentes con excedidos lo que se estará registrando con los resultados de esa prueba.

En la frase contemporánea, el pelo es una unidad de medida mínima (o pequeña) de tontera, como lo es de distancia en la frase de salvarse por un pelito. Con la negación de esa medida, se habla de un caso de grado cero de tontería, que con el rebote de la ironía asombrada quiere significar un grado alto de inteligencia. En el título de Âryadeva, en cambio, el pelo en la mano es como la letra grande en la lámina del oculista, la letra con la que se diagnostican problemas serios de vista. La inteligencia es calva, la tontería es ciega.
Pero aun si lo que se consigue con la imagen del título es detectar casos agudos de inhabilidad para discernir actores de posible interacción (como un pelo en la mano que nos llevamos a la boca, que pierde el invicto), eso no significa que se espere encontrar muchos con más de un pelo de tonto. Ni siquiera alguno: Âryadeva está convencido de que todos o casi todos (excepciones que son más una cuestión de atención o voluntad que de capacidad intelectual) serán alcanzados por sus argumentos como son asaltados por la visión de ese evidentísimo pelo mantenido. Para su utopía de inclusión universal, Âryadeva cree investirse de la evidencia de una prueba que de tan evidente dejó de ser útil, o sea, dejó de excluir, de diferenciar, de delimitar.

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