Lo normalmente placentero se vuelve más placentero cuando se hace precioso. Por ejemplo, es más placentero cuando viene a ser el valor por el cual postergamos el cumplimiento de una obligación, como el de una tarea o un trabajo pendiente y con el plazo vencido.
La resistencia a someterse a esa obligación, y la conciencia culposa de estar en falta y en deuda, requieren un gasto estresante de tan denso, displacentero de tan amenazante (le tememos a estar quedando mal, a caer socialmente en desgracia). Para nuestro alivio, interrumpimos ese estrés y lo reemplazamos por la tensión concentrada de una experiencia placentera (de tan prometedora), la que interpongo entre la necesidad de cumplir con una obligación y el cumplimiento mismo –un perpetuo postergado.
Somos muy sensibles a las dos virtudes básicas de esa experiencia: el alto contraste (en medio de un displacer, un placer...) y el sentido de la oportunidad (...que viene a mimarnos y a aliviarnos de la presión críticamente acumulada de esa deuda, a permitirnos olvidarla por un rato, a darnos un recreo).
21 de octubre de 2010, 21:59
Todo bien, pero este post tenía que estar listo para el mes pasado, Zambullista.
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22 de octubre de 2010, 1:04
Perdón, es que me distraje haciéndolo.
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