1.
De chico, para empezar a viajar solo en colectivo, aprendí a bajarme del 117 en General Paz tomando como referencia (“la primera parada después de...”) un tanque de agua con forma de cohete, que de casualidad resultó ser el de la casa de una compañera del colegio (ya en el último año de la primaria, otro Gabriel la había apodado “el sueño del pibe”; pero eso no incidía en el desempeño de ese cohete como punto de referencia en cuadras y cuadras muy parecidas).
Si esa casa no tuviera ese tanque cohete, sería igual a las otras; si las demás también lo tuvieran, serían iguales a esa casa. La ruptura de cualquiera de estas dos igualdades distingue a una de las casas del recorrido y la pone en el rol de marca, de señalador en el repetitivo o uniforme paisaje de la General Paz. Pero aun sin una de esas dos rupturas todavía puede identificarse un hito idéntico a otros. Para justificarlo, vamos a pasar de un escenario con una marca fuerte a otro involuntariamente laberíntico: igual de múltiple pero sin marcas, donde nada tiene señas particulares. ¿Qué sistema de localización podrá precisar, en esas condiciones, un punto en relación con el de acá, donde estamos?
Esas condiciones pueden a su vez condicionarse. La idea es que tal vez no haya indiferenciación que no lo sea en un dominio, es decir, que no deje de serlo en otro. En este otro dominio se hace abstracción de las peculiaridades o rasgos distintivos, como el de tener un tanque de agua con forma de cohete. Todos los socios cuentan y valen igual, como los votos no calificados y los veraneantes de playa y mar con afinidades generacionales (o sea, que usan el mismo tipo de malla y corte de pelo). A esa abstracción se la computa como indiferenciación en el dominio que no la hace.
Impedidos de detectar rasgos conspicuos o resueltos a hacer abstracción de ellos, desembocamos en la situación de un conjunto: una colección de cosas agrupadas bajo la única condición de pertenecer a una misma clase, sin que importe cuál ni en qué orden. Pero si ordenamos los elementos del conjunto en una serie, ya podemos diferenciarlos suficientemente: habrá un primero respecto de algo, un segundo, un tercero, etc. (Si ese algo es el tamaño de cada cual, el orden es de menor a mayor y los elementos son agrupaciones de cosas –colecciones, conjuntos–, entonces los signos de esos tamaños así ordenados forman la serie de los números naturales.)
En definitiva, vamos a pasar de un concreto cohete a una abstracta serie (más que un cohete, menos que un conjunto).
2.
Una vez me perdí en el 5º piso de una facultad porque todos sus habitáculos me parecieron idénticos en todos sus pasillos. Estaban destinados a ser aulas, oficinas, salas de reunión, etc., pero pocos ya estaban en uso, y menos a toda hora. Por eso me alivió ver, al fondo de uno de los pasillos, una puerta abierta y un escritorio con un ser humano detrás, en lo que parecía ser una biblioteca. Le fui a preguntar cómo podía encontrar la salida. Me gustó su indicación: “Cuarto matafuego a la izquierda”, me dijo sin mirarlos. (Fue relajante saber que no era el primero en recibir esa respuesta.)
Yo también había visto los matafuegos; si no recuerdo mal, había uno por cuadra de cubículos repetidos. Pero no había advertido su utilidad referencial: me habían parecido un detalle o componente más de la simetría del diseño. Así considerada, no era información que aportara nada nuevo; era algo más bien confirmatorio: también los matafuegos se repiten en cada cuadra, como se repiten las puertas y los ventanales de esas peceras. Por supuesto, todo eso era cierto, pero incompleto.
El bibliotecario sabía también que, dentro de las cosas que se repetían en la misma combinación, esos tubos rojos y brillosos eran lo más vistoso y reconocible que había, los mejores objetos del paisaje para contar y secuenciar, que es lo que los convierte en puntos de referencia.
Parece que cuando nada característico diferencia un sitio de otro, todavía puede diferenciarlo un número, que tiene una abstracción acorde con esa indiferencia aspectual.