Azar y sentido (Collage II)



1.


Fal­si­fi­ca­ción ale­ma­na de li­bras es­ter­li­nas en la Se­gun­da Gue­rra Mun­dial


En un subte de Nueva York (foto pu­bli­ca­da acá)


2.

Los tra­yec­tos que hacen las pe­lo­tas en un par­ti­do de padd­le no son aza­ro­sos; sus di­bu­jos se si­túan en el mar­gen que va de una in­ten­ción sa­tis­fe­cha a un pifie des­con­tro­la­do. En uno de esos pi­fies, X le pega a la pe­lo­ti­ta de un modo in­vo­lun­ta­ria­men­te tan pre­ci­so que va a re­bo­tar pri­me­ro en lo alto de uno de los pos­tes de ilu­mi­na­ción que Z tiene a su iz­quier­da, de su lado, para vol­ver hacia la misma mitad de X, pero del otro lado del alam­bra­do alto que li­mi­ta la can­cha, y hacer otro re­bo­te antes de me­ter­se en el cesto de ba­su­ra que hay de ese lado, col­ga­do sobre el alam­bra­do. Por si no fuese su­fi­cien­te ca­ram­bo­la, cuan­do Z la va a bus­car la en­cuen­tra em­bo­ca­da en un vaso de plás­ti­co que hay en el fondo del cesto, con un diá­me­tro de en­tra­da ape­nas mayor que su ecua­dor.
Z sin­tió haber pre­sen­cia­do un mi­la­gro pro­ba­bi­lís­ti­co. ¿Cuán­to tiem­po de­be­ría estar al­guien pe­gán­do­le a una pe­lo­ti­ta, como quie­ra pe­gar­le, para con­se­guir el mismo efec­to? El de va­rias vidas de Z, como de cual­quier otro. Y justo en esta su­ce­dió. O tam­bién: ¿cuán­ta ha­bi­li­dad y pun­te­ría ne­ce­si­ta­ría al­guien con una pa­le­ta de padd­le para lo­grar ese efec­to en el mismo tiem­po?
Z la­men­tó no haber te­ni­do una cá­ma­ra para sacar esa foto, aun­que no de­mos­tra­ra nada. Pero una foto que do­cu­men­ta un azar que ac­tua­li­zó otra po­si­bi­li­dad muy im­pro­ba­ble es la que mues­tra pe­lo­ti­tas en­ca­ja­das en un es­pa­cio ape­nas más alto que su me­ri­diano; y no una, sino dos:



3.


Si dejo caer una copa de vino al suelo y ob­ser­vo cómo se hace añi­cos, estoy con­tem­plan­do un caso de au­men­to de en­tro­pía. La ro­tu­ra de la copa es uno de los pro­ce­sos irre­ver­si­bles que rige la fle­cha del tiem­po de la ter­mo­di­ná­mi­ca. Se­ña­lo, de paso, que éste es un caso en el que la de­fi­ni­ción de la en­tro­pía que se basa en la no­ción de des­or­den re­sul­ta más útil que la que lo hace en la no­ción de des­equi­li­brio. Al rom­per­se la copa, un es­ta­do de des­or­den sus­ti­tu­ye al de orden.
De exis­tir una fluc­tua­ción es­ta­dís­ti­ca de su­fi­cien­te mag­ni­tud, cabe ima­gi­nar que se re­com­po­nen los tro­zos de cris­tal, y que la copa vuel­ve a mi mano. No hay mo­ti­vo fun­da­men­tal al­guno para que esto no ocu­rra, si se es­pe­ra el tiem­po ne­ce­sa­rio. Las fluc­tua­cio­nes es­ta­dís­ti­cas pue­den hacer que las mo­lé­cu­las de aire con­te­ni­das en la ha­bi­ta­ción se mue­van exac­ta­men­te de la forma ade­cua­da para que los tro­zos de cris­tal se jun­ten de nuevo. A su vez, otras fluc­tua­cio­nes pue­den crear unos bre­ves au­men­tos de tem­pe­ra­tu­ra en los can­tos rotos, de tal forma que se suel­den, re­cons­ti­tu­yén­do­se así la copa. Y una úl­ti­ma fluc­tua­ción habrá crea­do tal co­rrien­te de aire de­ba­jo de ésta, ya en­te­ra, que la ha em­pu­ja­do hacia arri­ba.
Según las leyes de es­ta­dís­ti­ca, esta se­cuen­cia de acon­te­ci­mien­tos es po­si­ble, aun­que real­men­te poco pro­ba­ble. Sería muy di­fí­cil cal­cu­lar exac­ta­men­te su ín­di­ce de pro­ba­bi­li­dad, que debe ser del orden de una de 101025. [...] Es un nú­me­ro tan gran­de que si se es­cri­bie­ra en­te­ro, lle­na­ría más pá­gi­nas que las de todos los li­bros jamás pu­bli­ca­dos. Y aun­que los di­fe­ren­tes paí­ses del mundo si­guie­ran pu­bli­can­do a su ritmo ac­tual du­ran­te 10.000 mi­llo­nes de años, aún fal­ta­rían li­bros para con­te­ner todos los dí­gi­tos de que se com­po­ne. Es como si las leyes de la es­ta­dís­ti­ca nos di­je­ran: «Los mi­la­gros sí son po­si­bles, pero la pro­ba­bi­li­dad de que ocu­rran es tan re­mo­ta que equi­va­le prác­ti­ca­men­te a cero».

Ri­chard Mo­rris, Las fle­chas del tiem­po, Sal­vat, Bar­ce­lo­na, 1987. Pá­gi­nas 122 y 123.




Epí­lo­go (Gon­zá­lez Suá­rez, 1984).

4.


En The sense of the past, el nexo entre lo real y lo ima­gi­na­ti­vo (entre la ac­tua­li­dad y el pa­sa­do) [...] es un re­tra­to que data del siglo XVIII y que mis­te­rio­sa­men­te re­pre­sen­ta al pro­ta­go­nis­ta. Éste, fas­ci­na­do por esa tela, con­si­gue tras­la­dar­se a la fecha en que la eje­cu­ta­ron. Entre las per­so­nas que en­cuen­tra, fi­gu­ra, ne­ce­sa­ria­men­te, el pin­tor; éste lo pinta con temor y con aver­sión, pues in­tu­ye algo des­acos­tum­bra­do y anó­ma­lo en esas fac­cio­nes fu­tu­ras... James crea, así, un in­com­pa­ra­ble re­gres­sus in in­fi­ni­tum, ya que su héroe, Ralph Pen­drel, se tras­la­da al siglo XVIII por­que lo fas­ci­na un viejo re­tra­to, pero ese re­tra­to re­quie­re, para exis­tir, que Pen­drel se haya tras­la­da­do al siglo XVIII. La causa es pos­te­rior al efec­to, el mo­ti­vo del viaje es una de las con­se­cuen­cias del viaje.

Jorge Luis Bor­ges, “La flor de Co­le­rid­ge”, en Otras in­qui­si­cio­nes.









5.


Si se pre­gun­ta a un quí­mi­co por qué la leña o el car­bón arden úni­ca­men­te a ele­va­da tem­pe­ra­tu­ra, con­tes­ta­rá que la com­bi­na­ción del car­bono y el oxí­geno tiene lugar a cual­quier tem­pe­ra­tu­ra, pero que cuan­do ésta es baja, dicho pro­ce­so trans­cu­rre con ex­ce­si­va len­ti­tud (es decir, en la reac­ción toma parte un nú­me­ro in­sig­ni­fi­can­te de mo­lé­cu­las), y por ello es­ca­pa a nues­tra ob­ser­va­ción. La ley que rige la ve­lo­ci­dad de las reac­cio­nes quí­mi­cas en­se­ña que al des­cen­der la tem­pe­ra­tu­ra en 10º, la ve­lo­ci­dad de la reac­ción (el nú­me­ro de mo­lé­cu­las que toma parte en ella) se re­du­ce a la mitad.
Apli­que­mos dicha ley a la reac­ción que se pro­du­ce al oxi­ge­nar­se la ma­de­ra, esto es, al pro­ce­so de com­bus­tión de la ma­de­ra. Su­pon­ga­mos que un gramo de ma­de­ra so­me­ti­do a una tem­pe­ra­tu­ra de 600º se con­su­me en un se­gun­do. ¿Cuán­to tar­da­rá en con­su­mir­se 1 gramo de leña a la tem­pe­ra­tu­ra de 20º? [...] ¡Diez mil mi­llo­nes de años! Este es apro­xi­ma­da­men­te el tiem­po que tar­da­ría en con­su­mir­se un gramo de ma­de­ra sin llama ni calor.
Así, pues, la ma­de­ra y el car­bón arden a la tem­pe­ra­tu­ra or­di­na­ria, sin en­cen­der­los. La in­ven­ción de ins­tru­men­tos para ob­te­ner el fuego ace­le­ró este pro­ce­so, de enor­me len­ti­tud, en miles de mi­llo­nes de veces.

Y. Pe­rel­man, Ál­ge­bra re­crea­ti­va, Edi­to­rial Mir, Moscú, 1975; pá­gi­nas 10 y 11.




Ma­no­lo Gir­vez con Polo, en el epi­so­dio “Re­la­cio­nes cor­dia­les” de El vi­si­tan­te.

Es­ta­mos ha­bi­tua­dos a las obras, a su as­pec­to, al pa­trón de su di­bu­jo o ima­gen. Nues­tra per­cep­ción y nues­tra com­pren­sión (nues­tro re­gis­tro y tam­bién nues­tro pro­ce­sa­mien­to de lo re­gis­tra­do) están in­fluen­cia­das y acaso su­ges­tio­na­das por ese há­bi­to de nues­tra in­mer­sión cul­tu­ral. Es­ta­mos ha­bi­tua­dos a un rango de di­fe­ren­cia entre el ruido del azar y la me­lo­día de la vo­lun­tad, o entre cier­to pa­trón de es­truc­tu­ra y su au­sen­cia, a cier­ta dis­tan­cia nor­mal y re­gu­lar entre una obra y un fondo de ca­sua­li­da­des.
Cuan­do esa di­fe­ren­cia o dis­tan­cia se ve abrup­ta­men­te dis­mi­nui­da y esa dis­mi­nu­ción no es obra de una vo­lun­tad (no tiene un res­pon­sa­ble, un autor, al­guien para quien es un logro), cuan­do no es la vo­lun­tad la que se acer­ca al azar, sino el azar a la vo­lun­tad, es­pe­ra­mos una au­to­ría ahí donde sa­be­mos que no hay un autor. El di­bu­jo de esa coin­ci­den­cia es si­mi­lar al de una coin­ci­den­cia bus­ca­da y tra­ba­ja­da, y en­ton­ces nos asom­bra­mos de esa ca­sua­li­dad, de la au­sen­cia de autor en un acon­te­ci­mien­to que pa­re­ce di­ri­gi­do o pla­nea­do, o de un efec­to que pa­re­ce obra. Por re­fle­jo, vemos sig­ni­fi­ca­ti­vas esas ca­sua­li­da­des, a la vez que de­ja­mos sin ver una in­men­sa ma­yo­ría de otras ca­sua­li­da­des in­tras­cen­den­tes.
Tal vez en el asom­bro in­ter­ven­ga to­da­vía cier­ta con­des­cen­den­cia hacia la ha­bi­tual inep­ti­tud del azar, y cual­quier in­te­li­gen­cia logre fá­cil­men­te lo mismo. Pero tal vez la ac­ción ca­sual sea tam­bién un logro di­fi­ci­lí­si­mo para una in­te­li­gen­cia ha­bi­li­do­sa: una ha­za­ña, una proeza de sin­cro­ni­za­ción pro­lon­ga­da. Y en­ton­ces el azar se con­fun­de aún más con la au­to­ría. En el caso in­ver­so, donde una vo­lun­tad logra más de lo es­pe­ra­do, se llega a des­con­fiar de la au­to­ría misma: “Maes­tro, ¿usted quiso hacer eso o le salió, nomás?” (donde eso puede ser una ca­ram­bo­la, o una co­ne­xión sutil en una trama –según me lo hace creer un aná­li­sis–).
El hecho for­tui­to ocu­rre sin que nadie lo haya bus­ca­do, lo haya in­ten­ta­do. En cam­bio, la ca­ram­bo­la del bi­lla­ris­ta ocu­rre ahí, por muy im­pro­ba­ble que eso sea (ahora y cada vez), como re­sul­ta­do exi­to­so de quien buscó ha­cer­la, traer­la al pre­sen­te, aun si no tuvo el mé­ri­to del acier­to (o sea, aun si le salió de pedo).

No se puede obrar ni di­ri­gir fuera del do­mi­nio (el re­per­to­rio) de lo po­si­ble, de lo fac­ti­ble. El mismo do­mi­nio en­cie­rra al azar y sus efec­tos, que po­drán ser cual­quier cosa (im­pro­ba­bles, in­só­li­tos, desa­per­ci­bi­dos) menos im­po­si­bles. Donde la in­te­li­gen­cia opta por una si­tua­ción por la que el azar o la na­tu­ra­le­za tam­bién ha­brían po­di­do optar de ahí a 10.000 mi­llo­nes de años, el ac­tuar (obrar o di­ri­gir) es un ace­le­ra­dor.

6.


Los Sim­psons, “La úl­ti­ma sa­li­da a Spring­field” (T04 E17).

¿Qué puede hacer un su­je­to (en rol de autor) con una obra? Si es pro­pia, es­cri­bir­la; si es ajena, ver­sio­nar­la, emu­lar­la, co­piar­la. A estas fun­cio­nes de au­to­ría re­nun­cia Pie­rre Me­nard en la de­fi­ni­ción de su em­pre­sa. Para es­cri­bir el Qui­jo­te, Me­nard de­be­ría ser Cer­van­tes, que no lo es ni busca serlo. Para ver­sio­nar­lo, emu­lar­lo o co­piar­lo, no ne­ce­si­ta ser Cer­van­tes, pero de­cli­na esas fa­ci­li­da­des. La em­pre­sa le pa­re­ce in­tere­san­te si desa­fía la no­ción misma de su­je­to al re­du­cir, por un lado, su ope­ra­ti­vi­dad a la de una má­qui­na, cuya única obli­ga­ción es pro­du­cir, y al exi­gir­le, por otro lado, que emule un azar fa­vo­ra­ble, con­sis­ten­te en que cada una de sus pa­la­bras vayan coin­ci­dien­do con las del no trans­crip­to ni usur­pa­do Cer­van­tes, y esto desde la pri­me­ra hasta la úl­ti­ma. Me­nard debe hacer que esté en el papel lo que (con alta pro­ba­bi­li­dad) po­dría no estar, y debe ha­cer­lo pro­ce­dien­do como los arro­ja­do­res de dados que quie­ren re­me­dar el di­vino des­or­den de la Bi­blio­te­ca de Babel. En estas con­di­cio­nes, la pro­ba­bi­li­dad de lo­grar­lo nos re­sul­ta­ría tan exor­bi­tan­te (aun­que midan di­fe­ren­te) como la del bi­blio­te­ca­rio que qui­sie­ra dar con el Qui­jo­te pro­du­ci­do (o re­pe­ti­do) por el me­ca­nis­mo ciego de la Bi­blio­te­ca.

La em­pre­sa de Me­nard tiene algo de kaf­kia­na: se le agre­ga di­fi­cul­ta­des a una tarea que ya sin ellas es exor­bi­tan­te, como es hacer coin­ci­dir frase a frase su texto con uno pre­exis­ten­te, o sea, re­pe­tir un texto, du­pli­car­lo (sin co­piar­lo, se en­tien­de). La tarea tal vez po­dría, con suer­te, no que­dar fuera de la es­ca­la de tiem­po en que se mue­ven las ex­pec­ta­ti­vas y te­mo­res hu­ma­nos si Me­nard fuera es­pa­ñol, con­tem­po­rá­neo a Cer­van­tes, o in­clu­so si fuera Cer­van­tes. El hecho de ago­tar las com­bi­na­cio­nes, los en­sam­bles y ar­ma­dos que vayan fi­nal­men­te re­pi­tien­do el Qui­jo­te sin fa­llar en nin­gún en­cas­tre, es algo que puede ocu­rrir de acá a un nú­me­ro de años tan alto para la es­ca­la hu­ma­na que no se ex­ci­ta en ab­so­lu­to su ex­pec­ta­ti­va.

La igual­dad que se ve­ri­fi­ca­ría entre los dos Qui­jo­tes no tiene nada de pa­ra­dó­ji­ca: son acon­te­ci­mien­tos (tex­tos) idén­ti­cos, no el mismo acon­te­ci­mien­to (texto), pues­to que el autor, la época de in­ser­ción (y tam­bién, su­per­flua­men­te, la in­ten­ción de­ci­do­ra de uno y otro) va­rían, di­fie­ren. Esas dis­tin­tas ubi­ca­cio­nes en la his­to­ria o el de­ve­nir del uni­ver­so de un Qui­jo­te y el otro es su­fi­cien­te para dis­tin­guir­los; por lo tanto, el hecho de que sus con­te­ni­dos, pa­la­bra por pa­la­bra, sean idén­ti­cos, es una cues­tión de edi­ción, no de ma­ne­jo de ar­chi­vos.


Los Sim­psons, “Es­pe­cial de Noche de Bru­jas I” (T02 E03)

7.


Me­dias & Som­bre­ros 7 Falso 6, du­do­so 4., sá­ba­do 25 de junio de 2011 en el Impa. Tra­ba­jo en co­la­bo­ra­ción con Marco. Video de Flor.

Hay 1 comentario:

el Zambullista
1 7 de julio de 2011, 20:39

En este post prácticamente me limité a poner los escritos, audios y videos que formaron parte de la puesta en escena que hicimos con Marco en el Impa, para el Medias & Sombreros 7, según se puede ver en el video que registró el momento y cierra el post.
Para hacer el pasaje me tomé pocas libertades, fuera de las distintas adaptaciones que hice de las lecturas, según fueran de escritos ajenos o propios (y de dos citas propias, cuyos textos reemplacé por sus imágenes). Una de esas libertades fue dividir el material del collage en secciones. Otra, volcar algunas simultaneidades en sucesiones, de las que puedo arrepentirme en cualquier momento.
Pero lo que me interesa comentar es la mixtura temporal del collage: todas las piezas ensambladas acá, propias o ajenas, ya aparecieron o van a (re)aparecer en Zambullidas, con o sin variaciones. Las que no pertenecen ya a ensayos publicados pertenecen a borradores de ensayos que vengo trabajando. A los links que parten de esta entrada los complementarán los que lleguen a ella.