1.
Un libro sólo tiene personajes, no actores. Entre las preguntas que se hacen en un grupo de lectura, en general no figura “Che, ¿quién hace de Don Quijote en tu edición?”. Lo mismo vale para comics y películas de animación: nadie nos pregunta “¿Quién hace de Bart en tu revista (o en tu video, obviando a quien le pone la voz)?”. Esos personajes son identidades, no intérpretes de alguna identidad ajena, como son los actores.
2.
Imaginemos una sociedad que, por las razones que sean, hasta un momento reciente de su historia ha permitido hacer ficción sólo mediante animación, nunca con actores de carne y hueso. Sus ciudadanos no tenían permitido fingir ser lo que no eran, ni siquiera por razones artísticas.
Cuando finalmente las personas son autorizadas a interpretar personajes, el único verosímil de actuación lo dan los dibujos animados. Y entonces en el flamante teatro y en el cine renovado de esa comunidad vemos actores moverse como se mueven en la animación sus modelos dibujados (como sea que lo hagan: puede no ser mucho, por ejemplo, si lo único que se les mueve es la boca, casi como una historieta apenas intervenida; pueden tener una plasticidad mayor, pero caricaturescamente exagerada o también estereotipada; etc.).
2.1
Redundo y avanzo. Para ellos actuar es actuar como actuaban los únicos que podían actuar (o, en todo caso, hacer de personas). Si éstos eran realistas, será la imitación de una imitación lo que haga el actor humano. Si no eran realistas, los actores imitarán un estilo que no imita, que tiene su propio canon de actuación, con personajes que tienen gestos y movimientos no reconocibles en humanos, pero sí por humanos entrenados.
Para esa comunidad, no habría nada menos creíble que lo que llamamos una actuación realista ni nada más creíble que una actuación de dibujo animado. Nosotros tenemos los valores inversos, por lo que una actuación así nos resulta muy artificial para actores humanos, cosa que obviamente le perdonamos (e incluso le celebramos) al artificio del dibujo animado.
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