Dios mío,
haz que pesque un pez tan grande
que cuando lo cuente
no tenga necesidad de mentir.
haz que pesque un pez tan grande
que cuando lo cuente
no tenga necesidad de mentir.
De un banderín, con el título “Plegaria del pescador” y el dibujo de un pescador mintiendo hazañas y tamaños.
El hecho de que eleve una plegaria habla de las ganas que tiene el pescador de pescar un pez que le quite la necesidad de mentir, no del umbral de esa necesidad. Si sucediera, su conversión en un narrador veraz podría estar hablando más del tamaño de sus pretensiones que del tamaño del pez pescado, al revés, o igual.
El tamaño del pez que puede hacer que uno “no tenga necesidad de mentir” no es el mismo para todos. Aunque se mueva en un rango esperable por frecuente, varía según con cuánto se satisfaga cada uno o cuánto considere suficiente para empezar a sentirse orgulloso y conversador. Y esto a su vez depende de cuánto pueda ver y cuánto imaginar. (Por ejemplo: si no puedo imaginar algo que sea más grande que lo que veo, no puedo mentir exagerando –o sea, hacer pasar lo que exagero imaginando por lo que estimo mirando.)
Con pretensiones altas, el hecho de que un pez real compita con éxito en cuestiones de tamaño con un pez fantaseado habla de una magnitud generosa. Pero ese pez, podríamos creer, podría ser todavía más grande, tanto que cuando lo cuente no tenga posibilidad de mentir; esa sí sería una magnitud inexagerable. Concediendo una percepción y una imaginación de capacidades ilimitadamente adaptables, ese máximo sólo podría ser el de un tamaño inagrandable, el mismo que un teorema de Cantor nos hace descartar. Luego, si fuera por el pez, siempre será posible necesitar mentir.
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