Toc
A M le cuesta decir algo y a Z oír algo. Si son la misma cosa, M sufre –tal vez entre otros pesares– la incomodidad de soltarle a Z lo que menos desea escuchar. Si Z piensa que no son la misma cosa, puede ser porque el temor a que sí sean –o la esperanza de que no– bloquea su lucidez. O puede ser porque efectivamente lo que M no puede decir con claridad y sin sufrir no es lo que Z no quiere oír, sino otra cosa (la improbabilidad de esta posibilidad es directamente proporcional a la probabilidad de la otra, que es muy alta; Z lo sabe, pero persiste –la esperanza es tenaz o inercial).
M llega a comunicar la existencia de algo para decirle a Z y lo mucho que cuesta y duele hacerlo, pero no llega a comunicar qué es ese algo. Lo que M llega a decirle entre llantos le hace creer y temer a Z que puede estar cerca de oír lo que no quiere oír de boca de M. Z no insiste y se va; no es una mayéutica que desee hacer, y menos sin haberse preparado (o también: preferiría apartar de sí ese cáliz, al menos hasta el próximo llamado).
Toc
Si a uno le cuesta decir lo mismo que al otro le cuesta oír, a ambos les conviene que no se diga. Pero se trata de una conveniencia transitoria (dura lo que una transición): M tiene más necesidad que dificultad de decir lo suyo (de aligerarse) y cuatro días después retoma el contacto y vuelve a tener la oportunidad. De nuevo la declina, pero esta vez Z insiste y finalmente pregunta y confirma sus temores.
El desenlace es un trabajo en equipo, la obra de una convergencia de dos necesidades que empezaron divergentes. La necesidad de M de sacarse un peso de encima le hace reabrir el canal; la necesidad de Z de sacarse una duda (racionalmente encogida, emocionalmente adensada) termina siendo superior a su temor a oír algo y se cumple la entrega del mensaje.