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El lanzamiento de una piedra provoca la rotura de una ventana. Comparemos esta relación entre dos hechos con esta otra: el cruce de una raya por parte de una pelota implica la conversión de un gol.
En el primer caso, una relación de causa-consecuencia distribuye sus roles entre dos eventos del mismo orden (acá, el orden del mundo físico). Esa relación consume tiempo, y su expectativa no está exenta de ser frustrada por la intercalación de un tercer evento del mismo orden que impida la rotura (desde un caniche en caída libre que intercepta a la pelota y la desvía, hasta un colapso universal justo antes, como la bala disparada que queda suspendida frente a Hladík con la detención del universo físico).
En el segundo caso, una relación de implicación nos conduce de un evento del mundo físico (el cruce que hace la pelota) a un evento del mundo simbólico que genera el reglamento de un juego (el gol que se hace al hacerse ese cruce). No es posible la intercalación de un tercer evento que frustre ese tránsito del primero (físico) al segundo (simbólico); no tendría dónde colarse. No es que primero la pelota cruza la línea con toda su circunferencia y algún tiempo después, por breve o inmediato que se lo imagine, se convierte un gol (más allá de cuánto se tarde en validarlo). La implicación es una relación automática (o, si se la quiere traducir en términos temporales, instantánea).
Resumo e insisto. Un gol es el reflejo en un mundo de un evento en otro, tan simultáneo como cualquier otro reflejo o como una sombra. En rigor, no es un gol lo que ocurre, por ejemplo, a los 24 minutos del segundo tiempo, sino el cruce de una raya por parte de la pelota, que se interpreta –reglamento mediante– como la anotación de un gol. (Esa interpretación es una significación intermundos: que la pelota haya cruzado la línea –evento del mundo físico– significa que se ha convertido un gol –evento del mundo simbólico–.) El gol se hace en el mismo momento en que el cruce se cumple, no después, y como reflejo o “traducción”, no como consecuencia o efecto; su conexión con el cruce es lateral, no frontal o lineal.
2.
X patea con suficiente puntería al arco. La pelota está a 6 metros de la línea: va a ser gol. La pelota está a 30 centímetros: va a ser gol. La pelota está sobre la línea: va a ser gol. La pelota cruzó con toda su circunferencia la línea: fue gol. Va a ser o fue, nunca es gol.
Este es el tiempo de una diferencia neta (para la pelota, entre este y aquel lado de una raya), una bisagra entre la expectativa y el recuerdo, no una zona de registro o percepción: absoluto cambio, nula permanencia. La duración nula del instante es la temporalidad propia y exclusiva de los cambios; la duración no nula, la de las permanencias. El inconcebiblemente impermanente presente del gol es la zona donde el futuro se convierte en pasado, sólo esa diferencia. No hay por qué positivizarla, como se hace también con esa otra negatividad o diferencia neta que es la muerte.
Así como al vector que va de un estado en un momento (vaca viva) a otro estado de otro momento (vaca muerta) lo leemos o interpretamos como un acontecimiento (muerte de la vaca), interpretamos como otro (un gol) el vector que va de una ubicación en un momento (estar situada la pelota de este lado de la línea) a otra ubicación de otro momento (estar situada del otro lado). Y así como no hay un instante del morirse al que pueda atribuírsele un estado u otro de la vaca, no hay un instante del convertirse un gol al que pueda atribuírsele el presente, como a los otros instantes puede atribuírseles un futuro o un pasado.