Duración de la espera



            “Una eter­ni­dad es­pe­ré este ins­tan­te”

            Gus­ta­vo Ce­ra­ti, “Entre ca­ní­ba­les” (Soda Ste­reo, Can­ción ani­mal, 1990)


Ju­gue­mos a tomar li­te­ral­men­te la “eter­ni­dad an­te­rior” del epí­gra­fe.
Una es la cues­tión de cuán­to es ra­zo­na­ble que dure una es­pe­ra, que es una cues­tión prác­ti­ca (po­si­bi­li­da­des de uso), y otra es la cues­tión de cuán­to es ló­gi­co que dure una es­pe­ra, que es una cues­tión con­cep­tual (po­si­bi­li­da­des de sig­ni­fi­ca­ción). Em­pie­zo por lo se­gun­do.
Es­pe­rar du­ran­te una eter­ni­dad un mo­men­to ya es es­pe­rar­lo en vano, por de­fi­ni­ción: se su­po­ne que se es­pe­ra algo o a al­guien que va a venir, que se tiene la cer­ti­dum­bre o la con­fian­za de que va a lle­gar. Como en una es­pe­ra eter­na ese mo­men­to está de­trás (o viene des­pués) de una in­fi­ni­tud de pre­de­ce­so­res, en con­di­cio­nes de no in­mor­ta­li­dad eso equi­va­le a que el mo­men­to es­pe­ra­do no va a lle­gar nunca. Luego, una es­pe­ra tiene una du­ra­ción fi­ni­ta o no su­ce­de (da­ña­da en su ló­gi­ca por verse obli­ga­da a ser una tran­si­to­rie­dad per­pe­tua –oxí­mo­ron más se­gu­ro que el de una eter­ni­dad tran­si­to­ria).

Sigo por lo pri­me­ro. La du­ra­ción ne­ce­sa­ria­men­te fi­ni­ta tam­bién es un co­ro­la­rio de lo que es la es­pe­ra. La es­pe­ra siem­pre lo es de un cam­bio. Así como el pre­cin­to de un fras­co de ma­yo­ne­sa está hecho para ser roto, la es­pe­ra es un víncu­lo hecho para li­brar­se de él –lo que es una forma de ser pro­vi­so­rio.
Cuan­to más de­mo­ren ro­tu­ra y li­be­ra­ción, ma­yo­res pro­ba­bi­li­da­des de que se pudra lo de aden­tro. Me li­be­ro de esa de­pen­den­cia cuan­do el en­cuen­tro se pro­du­ce; o cuan­do lla­más para can­ce­lar el com­pro­mi­so; o cuan­do el tiem­po de es­pe­ra ca­du­ca. Ha­ble­mos de este úl­ti­mo caso, para ter­mi­nar.
De­ci­dir esa ca­du­ci­dad puede com­pli­car­se. Yo puedo decir, a cier­ta al­tu­ra de su tar­dan­za (a las dos horas, para no es­ca­ti­mar pa­cien­cia), F no vino y sa­ber­me libre de es­pe­rar­lo (acá, su falta ha ge­ne­ra­do un plan­ta­zo). Pero B, que vive con él, no puede con­tar con la misma pre­ci­sión de cie­rre. En todo caso, para B F no viene des­pués de mucho más tiem­po que para mí (acá, la falta va ge­ne­ran­do un aban­dono).

No hay comentarios