Otros mundos (Segunda digresión)



          Es la situación en la que se encuentra Truman cuando descubre que su vida es un reality show (concretamente, que su esposa, amigos y hasta desconocidos son actores, y su mundo una escenografía envolvente). La distancia entre lo que creía que era y lo que se entera que es tiene de grande lo que su revelación podría tener de pesadillesca.*
          «Podría tener» en un Truman del mundo real y no tiene en el Truman de la película. Con Hollywood como usina cultural, la sátira como género y Jim Carrey como actor principal, Truman está asombrado, tal vez un poco decepcionado, pero no se lo ve perturbado durante el diálogo con Christof. Basta recordar la humorada con que se despide de los millones que lo están viendo, que tampoco sostendrán mucho tiempo la euforia de telepresenciar la liberación de su héroe (“Let's see what else is on” [Veamos qué otra cosa hay], le dice un televidente a otro ni bien se corta la transmisión, en lo que son las últimas palabras de la película).



La pesadilla es empeorable. El mundo de Truman, en cierto sentido, no difiere del mundo que tienen los que inventaron el suyo. Pretende ser una versión mejorada: un mundo feliz, o al menos –le dice Christof para convencerlo de que se quede– “un mundo en el que no tienes nada que temer”, aun cuando tenga “las mismas mentiras, el mismo engaño” que el real (o sea, aun cuando “en el mundo que yo creé para ti” “no hay más verdad” que “afuera”).

Digresión 2.1

No parece muy verosímil suponer que alguien pueda continuar viviendo en esa cordialidad perfecta después de enterarse de que es falsa; se le está pidiendo a Truman que actúe, luego de elogiársele que no lo haya hecho: “Tú eras real”, aunque tu mundo no lo fuera (los otros actuaban; vos eras auténtico).

Como sea, no es que Truman sale de un mundo medieval o uno de fantasía, por ejemplo; sale de un mundo tan moderno como el que encuentra afuera, con el mismo juego de creencias referidas a cómo interpretar y qué hacer –llamado sentido común– y con las mismas convenciones sociales, estándares de confort, tecnología, medicina, etc. Gracias a este realismo, tal vez decidido para no distraer con diferencias históricas o imaginarias la identificación empática de los espectadores, Truman no tendrá que adaptarse a un mundo demasiado diferente al que lo vio nacer, crecer y formarse durante casi 30 años.

Digresión 2.2

Por muy relativa que parezca, esa suerte no la tuvieron los que en The Village cruzaron el bosque y salieron de su sociedad decimonónica a una de comienzos del siglo XXI; a cambio, tuvieron una suerte que Truman podría haber envidiado: aun si fuese un consuelo de tontos, lo bueno es que ninguno sufrió en solitario la desmentida que lleva a la pregunta “¿Nada de esto fue real?”, la caída de todas las certezas, empezando por las más insospechadas (Las cosas –y yo con ellas– no son lo que pensaba que eran; y si lo son, no son como pensaba que eran).

Imaginemos un canal de realitys así de ensañados con sus cobayos, marionetas en proceso de darse cuenta que son ambas cosas. Toda la programación responde a una consigna exceptualista: menos en uno igual al de afuera, puede meterse a cada nuevo Truman en cualquier mundo (algunos variando poco, otros mucho, y en el medio los grados y las formas de diferencia que los responsables del canal decidan y consigan hacer: desde un mundo que resulte apenas extraño a uno que se sienta completamente ajeno –un sentir blanco, una ceguera empática). Las posibilidades del experimento son innumerables.
En muchos de esos otros mundos la TV no existe; el Christof de turno no podrá darse a entender diciendo, como le dice al Truman original, “estás en televisión” o “eres la estrella” “de un show de televisión que les da esperanza, diversión e inspiración a millones”. En mi ex mundo acabábamos de inventar la rueda; no entiendo nada de lo que decís que soy ni de la situación en la que decís que estoy.

En otra imaginación, esa diferencia entre el mundo de adentro y el de afuera es una línea de llegada, no de largada.
Imaginemos que en su trigésimo aniversario el canal decide festejar rizando el rizo. Elige diez directores de los que en ese momento vienen incubando trúmanes en mundos iguales al de afuera y los confina en sus estudios; tendrán todo lo que pidan para seguir con sus realitys, pero ya no podrán salir ni ser informados desde afuera sobre los cambios y las continuidades de la sociedad que los encapsuló. La idea es que cada demiurgo, partiendo todos del mismo fotograma del mundo que había al momento de perder contacto, arriesgue a lo largo de diez años cómo sigue la película. Un ejercicio de futurismo en tiempo real y en ausencia.
En el cuadragésimo aniversario, el canal hará dos especiales: uno, con las diferencias más notorias y las similitudes más sutiles que esas diez versiones presenten entre sí y con la realidad que intentaron seguir en paralelo durante una década; el otro, con los pormenores de la adaptación de diez trúmanes a su nueva realidad. Vamos a lo que decía: el mundo que en el primer especial sea el que menos difiera, será el mundo que en el segundo especial le resulte menos traumático a su sujeto trasplantado.

Digresión 2.3

Y también al hipotético director que lo cultivó, que habrá suplido con su imaginación lo que no pudo conocer por experiencia (como aquel X que se quedó dormido en el cine y hasta el momento de despertarse soñó lo mismo que fue pasando en la película).

No hay comentarios