1. Uno
Necochea, Banco Nación. Hay una serie, la de turnos atendidos, que progresa hacia el turno D29. Hay otra serie que progresa (al menos en esta escala) sin meta y a un ritmo uniforme e indiferente: la sucesión de segundos, minutos y horas del reloj. Hay otra serie que progresa a los tumbos sobre la anterior: la del tiempo subjetivo que espera llegar a D29 antes de lo que llegará el reloj.
2. X
X el ansioso es alguien que siente que está en el lugar equivocado, que se está perdiendo algo grande en otro sitio, en otra situación. Es alguien que sufre un síndrome de abstinencia, la abstinencia de experiencias intensamente satisfactorias (la propia ansiedad es una experiencia intensa, pero de insatisfacciones).
X es un veleidoso que no consigue mudarse tanto como se le impone desearlo, tanto como viene necesitando. No es un veleidoso que disfrute sus viajes; como mucho, fantasea con detenerse mientras busca cómo seguir.
X siempre siente que está dejando pasar una oportunidad irrepetible en algún lado (metaforizada por ese tren que pasa una sola vez en la vida).
Esa vez única es la de una frecuencia 0. Si fuera que no pasa ni 1 vez, creo que deberíamos hablar de una no frecuencia: la quietud absoluta o la posición inicial del juego, listos para la primera movida pero suspendidos en o transitando por los momentos previos (como el ejecutor de un tiro libre –Cristiano Ronaldo– deviniendo estatua en «el segundo antes de convertirte en leyenda»).
3. Z
La ansiedad de Z, en cambio, consiste en que siempre siente que debería estar cumpliendo con algo en otro sitio, en otra situación.
4. X y Z
Una bilocación fue decidida por la búsqueda de un placer y la otra por el cumplimiento de un deber, el de una responsabilidad o el de un mandato. Por la necesidad imperiosa de estar allá estando acá, X y Z zozobran en la insatisfacción de la pesadillesca sensación de no estar donde deberían, X por placer y Z por culpa.
Por supuesto, uno puede identificarse unas veces con X y otras con Z: XZ también existe y es binorma, no contradictorio.
5. Fulano
Julieta Pastorino escribió:
La valija tenía una diminuta porción abierta. Cerrarla era difícil, pero por suerte ese día tenía las uñas largas. La campera estaba a su disposición, pero sin embargo sentía que cuando el taxista toque el timbre no la iba a encontrar. Y así fue.
–Hola, taxi.
–Sí, ya bajo.
Su cabeza retrocedió unas veinte acciones hasta que localizó el punto exacto de la campera. Satisfacción. No era normal en él, y por eso un escalofrío de perfección le bordeó las piernas.
La hora en que estaba parado nunca la había conocido. Era demasiado gris para su gusto, e intuía que nadie estaba despierto. Ese pensamiento era más gris aún, ya que no podía compartir con nadie el hecho de que era gris.
Nunca había sentido tanto la llave al abrir la puerta. Un giro, un ruido, lo que estaba del otro lado. Y bajó con las rueditas marcando un ritmo. Sabía que ese ruido podía despertar a alguien, y de hecho intentaba evitarlo; pero en cada intento redescubría que era inútil. Llegado el final de la escalera el golpe más brusco de la valija lo esperaba: el de tierra firme.
Vio al taxista y no era como se lo había imaginado. El hombre le preguntó si quería poner el equipaje en el baúl. Él le dijo que sí, pero antes se fijó que no estuviera abierto. No lo estaba, pero de todas formas sentía que se iba a abrir en el camino. Una vez en el asiento comenzó a mirar inconteniblemente el relojito. Creía tener la capacidad para manipularlo, para controlar el precio que aumentaba con un criterio que desconocía.
Sin embargo pudo distraerse, aunque sintiendo dolor. Como había un objetivo enfrente la duración de los minutos era más prolongada. Pero pasaban. La ventana del coche se iba congelando y cayendo en un proceso de contemplación. Más allá de que la ventana era transparente el hombre no veía lo que había tras ella, sino la materia de la ventana en sí misma.
–Creo que dejé la pava prendida –dijo.
El tipo de este relato tiene expectativas angustiantes de estar en el lugar equivocado, que es cualquier otro que no sea su casa. Su bilocación es estar en el sitio presente y correcto y en el sitio futuro y equivocado. Si en lugar de estar en un taxi estuviera manejando él, probablemente habría pegado la vuelta sin cubrirse la sensatez (sin decirse “Creo que dejé la pava prendida”, como siente que debe explicarse ante el taxista).
Esa ansiedad es la de un desgarro, un desamarre, una resistencia al cambio de inercia sedentaria: tengo que salir y quiero estar acá. La del agorafóbico desafiante y reculante es una escisión distinta de las de X, Z y XZ, pero con el mismo plano corporal básico llamado ansiedad.
En el Banco Nación de Necochea, hay una resistencia a permanecer, la necesidad de un cambio de inercia (previsto para cuando llegue el turno de D29). En el relato de Julieta, hay una resistencia al cambio (y cambios que se hacen con resistencia y pesadez).
6. Fulano y yo
Quiso una casualidad anticipada que en un micro a Mendoza, recién salidos de la mini terminal de Liniers, yo le dijera de pronto a C, la amiga con la que viajaba:
—Creo que dejé el ventilador prendido.
Enseguida sigo por acá, pero antes quiero completar las casualidades. Unos años después C sería la pareja del padre de Julieta. Más años después, uno y medio atrás, por segunda vez en Mendoza, C me lee de su celular el relato que Julieta le había mandado para que me lo mostrara. Pero lo más asombroso no es una casualidad; es una precocidad: Juli tiene 11 años cuando escribe esto.
Siguiendo con la frase coincidente, no la dije en un taxi, que puedo redestinar, sino en un micro ya encaminado y completo, en la 1ª de las 12 horas de viaje. No podía hacer parar el micro y bajarme: no podía dejar sola a C ni hacerla bajar conmigo. Ni podía ni quería. No era una opción volver a casa, pero a la vez las consecuencias –imaginaba y temía– podían llegar a ser incendiarias (al cabo de una semana). El primer día pregunté en una ferretería y me dijeron que no era probable que pasara eso por fundirse el motor. A la vuelta encontré el ventilador apagado, como lo había dejado.
Pero volvamos al micro, con poco menos de 1 hora de viaje y recién asaltado por la sensación dudosa de que no lo había apagado (y la temerosa de que eso y el saberlo me podían hacer responsable de un incendio en un departamento deshabitado). Volvamos a un poco antes de que acepto que voy a completar el viaje a Mendoza y ver ahí qué hago (decisión de patear la angustia de la decisión para adelante, lo que me relaja y me hará dormir bien esa noche de ruta).
Antes de ese alivio encapsulado, mientras el problema parecía insoluble sin alguna catástrofe, yo estaba donde no tenía que estar (en el micro), y donde tenía que estar no estaba (en mi casa). Pero si seguía ahí, con una reacción tan deliberativa, es que estaba donde quería, no donde debía. En cambio, el Fulano del cuento de Julieta estaba donde no quería y debía estar (en el taxi), no donde quería y no debía (en su casa). Al menos hasta que lo resuelve encontrando la razón de fuerza mayor que lo obliga a cumplir su deseo de volver a su casa y a la inercia de lo seguro (lo conocido y reconocido: lo tranquilizador y lo confortable).
7. Hitch
Telescope, “A talk with Hitchcock” (CBC, 1964)
La ausencia de ansiedad –que es la paz, la serenidad, el sosiego– es la ausencia de dispersión; es la ocupación plena del presente, con uno liberado de llamados de otras situaciones, de deseos o de urgencias, que son como peces que mordieron el anzuelo y tiran a la vez de distintas direcciones (canta Luis Alberto Spinetta en “Águila del trueno I”, del disco Kamikaze: “Habrán mandado a pedirle a Gabriel / que se junte con su cuerpo, / que junte su pobre cuerpo").
Así como el tablero de ajedrez es blanco y negro en sentidos diferentes, para crear necesitás relajación y tensión en sentidos diferentes.
— el Zambullista (@Zambullista) 12 de febrero de 2016
No chocan, se complementan: la relajación de estar despejado de preocupaciones y la tensión de estar concentrado en eso. Una pseudoparadoja.
— el Zambullista (@Zambullista) 12 de febrero de 2016
Paradoja sería que el tablero fuera blanco y negro a la vez y en el mismo sentido, sin mezcla (gris) ni alternancia (como en el original).
— el Zambullista (@Zambullista) 12 de febrero de 2016
No deja de ser raro experimentar a la vez 2 sensaciones tan nítidas y opuestas. Recuerdo el calor del sol y el frío del viento en una playa.
— el Zambullista (@Zambullista) 12 de febrero de 2016
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