1.
Son pocos –si es que existen– los que no guardan recuerdos de alguna forma, ya sean registros o fragmentos de la experiencia memorable. La mayoría guarda fotos, audios y videos hogareños, y algunos también cartas, postales, boletos de viajes llamados a ser memorables, etcétera (Luisito tenía enmarcado y colgado en una pared de su peluquería un asiento de platea del partido en que Racing salió campeón en el 2001).
Los recuerdos varían de generación en generación, pero todos se guardan por la misma aspiración: qué mejor que lograr el recuerdo más inmersivo de la vivencia más feliz.
2.
Murió un tipo que ya era huérfano y que no tuvo hijos ni nietos ni hermanos ni sobrinos ni tíos o que sobrevivió a los que tuvo: para la especie, es una línea de producción que se clausura; socialmente es un callejón sin salida. No tiene herederos y es el último de su familia: nadie reclama sus cosas, nadie se las lleva. Ya nadie las va a atesorar; quedan en el departamento, estancadas en el momento de la partida al hospital o a la morgue, aunque un poco alteradas por husmeadores de objetos de valor o realizadores de inventarios.
Él tiene las fotos y cartas de sus padres. Nadie va a tener las suyas, entre las que están las que conservó de sus padres y hermanos. Nadie va a evitar que eso se tire a la basura, que a nadie le interese porque no lo liga familiarmente: como objetos privados, fotos y cartas son, precisamente, la historia de los muy personales vínculos familiares y amistosos.
3.
Lo mismo pensé de aquella colección de cajitas de fósforos de todo el mundo, tirada en el poste de la basura para que se la llevaran esa noche. La muerte de un coleccionista sin parientes ni amigos deja un tesoro en la basura. Un tesoro privado, sin valor fuera de ese vínculo, pero un tesoro: algo atesorado por alguien (no es difícil ver una colección y notar inmediatamente o de pronto el amoroso cuidado del coleccionista, o al menos su esmero).
No es que quiero eso; lo que para otro es un tesoro a mí no me dice nada. Lo que quiero (lo que envidio y festejo que cualquiera tenga) es un vínculo así, participar en alguno de los dos roles, o en los dos alternativamente o en relaciones recíprocas. ¿A quién no le gustaría experimentar la pasión y la entrega del que atesora algo? ¿Quién no siente respeto y tal vez una sana envidia, la envidia emuladora, ante algo que fue tan querido y ante alguien que quiso tanto? ¿A quién no le gustaría estar en cualquiera de esos dos lugares o en ambos?
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