Los Simpsons, “Una estrella estrellada” (T6E18).
- «En esta cualidad, la de contar con humor y, sobre todo, sin una búsqueda explícita de bajar línea, radica el encanto de ¡Ánimo, animales!, que, sin pretender ser más que un cuento de animales, termina siendo una historia muy humana.»
Página/12, “Una historia muy humana”, de Karina Micheletto
La bola en la ingle logra lo que pocos sujetos: ser además su predicado. Tiene cuerpo de tautología y alma de noticia. Cuando te digo que “La bola en la ingle es la bola en la ingle”, te estoy diciendo que es algo más que eso, pero no algo diferente. Es eso y todo lo que eso implica. “Funciona a muchos niveles”.
Tal vez más importante que ser “muchos” es que estén usados estratégicamente, haciendo algo más que número: por ejemplo, cumpliendo roles complementarios o contradictorios o de ambos. En las obras con cierto atractivo, como para Homero la película de la bola en la ingle, se entretiene o delecta por un lado (“nivel”) y por el otro se deja una inquietud y un deseo de revisitas. Como un mago, que te distrae por un lado para llegarte por el otro sin que te des cuenta. Así, pero con una distracción gratificante.
Las experiencias también pueden ser sucesivas: primero, soy llevado con placer, diversión, enganche o la emoción que tenga mientras dura la narración y su intriga; termina ese hechizo y viene el de las implicaciones de la historia (si es que no arrancó de antes, durante el ritual estético de leer o de quedarse escuchando a un narrador o de seguir una película, por ejemplo).Las virtudes narrativas son explícitas, incluso rutilantes. En cambio, la necesidad de volver a eso, de darle vueltas al asunto, de quedarse rumiándolo, surge sin que se la haya buscado ni planeado, sin premeditación ni alevosía. Se hace como quien no quiere la cosa; es más bien algo que se da por añadidura, como efecto de lo que se hace y no como objetivo alcanzado.
Las pretensiones no estaban puestas ahí (lo que hubiera dado una obra pretenciosa), sino más acá, en la gracia de la historia, en su potencial de provocar un encantamiento. Por lo tanto, lo que hubo ahí donde hubo mérito sin pretensión fue una puntería no buscada.
Pero no fue una puntería fortuita: ni suertuda, como al hacer un Homero, ni infausta, como la de la bola en la ingle. Más bien fue una puntería involuntariamente debida a algún tipo de
- sensor,
percepción,
intuición,
sensibilidad
o registro sutil
- de una lógica corriendo en segundo plano,
de relaciones de fuerza complejas,
de la red de interacciones entre los actores en juego.