Publicidad de Ópera (2006)
1.
Un nombre puede nacer arbitrario o puede volverse tan convencional como si hubiera nacido arbitrario, y todavía funcionar como nombre. La significatividad de un nombre es un recurso mnemotécnico. Puede ser analítica (365 son 3 centenas, 6 decenas y 5 unidades, a diferencia de Manta de carne); puede ser descriptiva (literal, como apoyabrazos, o metafórica, como boca de subte). Pero también puede no estar: basta con que el nombre distinga para que designe.
Entre las descriptivas, en la cima de la motivación, están las significatividades miméticas. Las onomatopeyas parecen el eslabón perdido entre el representar algo y el serlo (sobre-representan pero sub-realizan).
2.
El habla es sonido; cuando la cosa a nombrar también lo es, puede jugarse a reproducirla, a interpretarla con nuestro instrumento de articulaciones fonéticas. Eso es una onomatopeya.
Por su parte, la escritura de una onomatopeya (como se las leía y veía –además de oírlas– en la serie Batman; o como se las lee y ve en la publicidad del epígrafe) es una reproducción de segundo grado: es la reproducción gráfica de la reproducción articulatoria de ese sonido (un ladrido, por ejemplo).
Finalmente, el diseño gráfico y la animación audiovisual de esa escritura, como en el epígrafe, es la reproducción de la intensidad, el grosor y la repentinidad que se le atribuye a ese sonido (el de un golpe o un estallido, por ejemplo).
3.
Los primeros nombres que usamos son onomatopeyas: el guau guau, el brrr brrr o tu tu, etc. Una marca del desarrollo del pensamiento abstracto es la sustitución de estos nombres “naturales” por otros más culturales como perro o auto.
Las onomatopeyas pretenden una universalidad (una instancia pre-babélica, supra-idiomática) que pierden ni bien se las compara con las que ocupan su lugar en otra lengua (el guau vs el wolf, por ejemplo).
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