1.
No deseamos lo que damos por descontado, sino sólo eso con lo que no contamos y queremos (si es deseo) o querríamos (si es fantasía) contar.
— el Zambullista (@Zambullista) 4 de abril de 2016
El deseo es siempre de novedad. Y toda novedad supone un stress: un gasto especial de energía. Y la energía es el insumo básico del deseo.
— el Zambullista (@Zambullista) 15 de marzo de 2016
Podemos acatar o resistir o regular nuestro deseo: administrarlo. Lo que no podemos es generarlo. El desasosiego es un tema administrativo.
— el Zambullista (@Zambullista) 14 de marzo de 2016
2.
—El deseo (o el temor: el deseo de que NO pase X) es una activación de la imaginación.
— el Zambullista (@Zambullista) 18 de marzo de 2016
—¿O interpretamos esa activación como deseo –o temor?
Antes de la activación hay un estado de desapego, como inerte o nirvánico.
— el Zambullista (@Zambullista) 18 de marzo de 2016
—No edito registros; sólo registro.
El deseo nos vuelve editores.
Nos genera (o nace de) la necesidad de combinar 2 o más registros (atribuírlos al pasado –memoria– o proyectarlos al futuro) o de cambiar 1.
— el Zambullista (@Zambullista) 18 de marzo de 2016
Pasamos de recolectores a productores y artesanos. La imaginación se levanta junto con el deseo –o el temor. El maridaje es una expectativa.
— el Zambullista (@Zambullista) 18 de marzo de 2016
Como sincronización de imaginación y ganas, las expectativas son la ilusión y el registro de un contacto inminente: realistas y fantasiosas.
— el Zambullista (@Zambullista) 18 de marzo de 2016
Es el 1º tercio de la experiencia. Siguen el trance de la interacción y sus huellas. Ahí se revisa cuánto había de cada cosa en la espera.
— el Zambullista (@Zambullista) 18 de marzo de 2016
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