- «Lo peligroso de mirar la hora es que no para. Vi un muerto una vez y era igual a mirar el reloj. Lo peligroso de ver un muerto es que no se despierta y sigue pasando el tiempo.»
Manuscrito de Claudia Guidi
1.
El reloj que se mira y es igual a ver un muerto no es un reloj parado, como el muerto. Su andar mide algo que pasa, acelerado por la ansiedad: pasa que hay una espera urgida y todavía insatisfecha. El riesgo de frustrarla es «lo peligroso de ver un muerto» que «no se despierta». Lo que dura esa espera de que el muerto se despierte es «el tiempo» que «sigue pasando». Y el hecho de «que no para» es «lo peligroso de mirar la hora», que es igual a ver un muerto que aún se espera que despierte, etc.
2.
Ya se lo reconoce muerto pero todavía se lo anhela dormido: ya se sabe imposible lo que todavía se necesita, lo que no puede dejar de desearse. El tiempo que pasa sin que despierte aumenta el peligro de que no se despierte nunca: de que el muerto esté muerto.
3.
La extraña convivencia de la categoría “muerto” y el estado “dormido” tiene lugar cuando se cruzan una certeza recién llegada y una esperanza que no se termina de ir. La elaboración del duelo va de un Está dormido (esperaré a que despierte) a un Está muerto (ya no esperaré: ya he logrado despedirme), pasando por un mix contradictorio: es un muerto pero no está muerto. Completando el duelo también se recompone la coherencia perdida en el camino (más o menos a mitad de ese viaje que hacemos para asumir una realidad indeseada, sea o no brusca).
4.
Metaforizar la muerte como un dormir (y la resurrección como un despertar) es distinto a no terminar de aceptarla y esperar aún que el muerto despierte. Esa metáfora se hace en frío; esta esperanza, como todas, todavía está caliente, o al menos tibia: como el muerto velado, no termina de enfriarse.
5.
El paso del tiempo y la muerte se dejan fantasear revertidos a la vez que se rehusan a ser revertidos (por el deseo y la voluntad humanos). Son juguetes, pero irrompibles y no desprogramables.
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