«¡Oíd, mortales!, el grito sagrado: / ¡libertad!, ¡libertad!, ¡libertad! / Oíd el ruido de rotas cadenas...». Una colonia se independiza y lo celebra en su himno con un elogio a la libertad. Esa liberación la separa de lo que la encadenaba; la liberación del título del CD,
Rompiendo muros, celebra integrar pacientes en la sociedad, en el afuera (de la locura y del Borda o del Moyano).
En otro micro colifato, Garcés dice que para él la locura es la pérdida del sentido común. Si es así, es eso común a otros (y decisivo para pertenecer al club) lo que se quiere recuperar rompiendo muros. También le dicen salud mental, que el mismo Garcés metaforiza acá como «dulces cadenas».
Hay metáforas que pueden servir para movidas opuestas y hay liberaciones que desatan y liberaciones que atan. En ese amplio espectro, la separación que en la fundación simbólica de un Estado Nación es ensalzada, en la de un individuo es vista como un peligro por un novelista, una poetisa y un filósofo (que, en cambio, comparten lo que es ensalzado al romper muros de manicomios: una integración).
Vamos a pasar de la celebración de las «rotas cadenas» (deseo cumplido: «con valor, sus vínculos rompió» la patria esclavizada) a la celebración de las «dulces cadenas» (deseo a cumplir: es lo que el loco «necesita», no lo que satisfizo). Y, por otro carril, pasaremos de acatar la atadura pacientemente a besar cadenas lo suficientemente dulces.
1.1
Los tres casos parecen llevar una leyenda símil antitabaco: "Liberarse demasiado es perjudicial para la salud". La libertad de la locura son alas suicidas. La destrucción de los muros también es suicida: te vuelve una fortaleza desmantelada y te pone en la angustia de no ser. La osadía de huir del reducto amurallado de contención te lleva a sufrir bloqueo, inseguridad, miedo. Las tres escenas quieren ser disuasivas en relación con un daño autoinfligido. Mal guionado, su rejunte daría algo así:
—No te tomes esas libertades. Aprendé a despreciarlas o a tenerles miedo; es por tu bien.
—¿Qué bien?
—El de tu salud existencial, tu salud emocional y tu salud mental. Por eso, no hagas esas cosas; hacen mal.
—¿Qué cosas?
—Las que te generan angustia de no ser, bloqueo, inseguridad, miedo y locura.
—¿Lo qué?
—Te amo a curar.
—Chas gracias, doctor.
La Decanoato de Halopidol, causante de no haber escrito nada este mes, es la destinataria del “versúsculo” (“yo no escribí una poesía”). Ya dentro de los versos, es la aliada instrumental de la voz que habla, que es la del «doctor» del remate agradecido. (Como en "La llave abre la puerta", si el instrumento hace de sujeto diremos que esa voz es la de la medicación.)
Le habla a una paciente, en dos momentos: antes de huir (estrategia disuasiva, exhibición del infierno tan temido: «Si osaras huir, sufrirás...»); y después de haber huido (estrategia persuasiva, exhibición del cielo que me tienes prometido: «Si no es por las compañeras o las amigas más queridas o por los jacarandás del parque que están en flor, vuelve por la canción de tres veces por día: “¡Chicas, a tomar la medicación!”»). ¿Y qué le dice? Le informa el trato: yo te contengo pero también te amurallo: te maniato el cuerpo y te ato la psiquis; renunciá a la plasticidad corporal y a la velocidad mental y no te rebeles: pacientemente acata la atadura.
Garcés va más lejos en sus tips de salud mental. Ni acatamiento ni paciencia: el loco necesita atracción (hacia «cadenas lo suficientemente dulces...»), o sea, iniciativa («...como para que él mismo sea el primero en besarlas»). Es la diferencia entre lo pasivo (o defensivo) de Aguantá lo que se viene y lo activo (o conquistador) de Andá para allá, salí a buscarlo. Lo que en el versúsculo es soportable, en Garcés es ♬ adorable. O por lo menos querible, besable, amable ♫ (se coló Silvio). Llamalo atadura, reducto amurallado o cadenas.
En la cita de la canción de tres veces por día (rutina afín a la contención), la Decanoato de Halopidol adquiere un nuevo rol: el de personaje eventual, contenido en el genérico y variable «la medicación».
No es personaje a secas porque esa inyección no es la medicación que reciben tres veces por día, básicamente porque no hay una que lo sea: esa palabra es un contenedor y los contenidos son cambiantes. Y si la hubiera, la Decanoato de Halopidol no sería una buena candidata: parece más excepcional que rutinaria. Pero sí es un personaje eventual, suponiendo que es posible que una de esas canciones sea para una de esas inyecciones.
El versúsculo que le escribe a la Decaonato de Halopidol, donde la pone a hablar para decir qué hace, lo escribe antes de que esa eventualidad se actualice de nuevo y lo lee cerca de 1 mes después. Escribe sobre (y para) la Decanoato de Halopidol antes ─o después─ y fuera de sus efectos, no durante y dentro; escribe entre veces, como en una tregua. La escritura no transmite en vivo y en directo; recrea/reinventa lo atravesado (otra vez
la tinta es ceniza de lo que ardió en la sangre).
Desconozco los efectos verificados; hablo de los efectos listados en la (no) poesía, que en eso ─y no en su estilo─ parece el prospecto de un remedio (la acción terapéutica del RAC es la contención, la huida está contraindicada, etc.).
¿Y cómo escribe sobre ese tema? Dándole al tema la voz (sea la del doctor o la de la Decanoato de Halopidol: «te ato», «te maniato», «te amo»). Esa voz seria desarrolla un largo guion de diálogo (que le habla a ella o a cualquier paciente: «olvídate», «sufrirás»; «vuelve», «acata» y «no olvides»); el segundo y último guion del diálogo es el agradecimiento jocoso a la declaración de amor/promesa de curación del doctor: «...Y no olvides nunca que te amo. Te amo a curar. —Chas gracias, doctor».
A esa gracia la potencian el remate que es y la distensión que causa. Le agradecemos al chiste que nos saque de un clima denso y nos deje ahí afuera, que nos aligere de golpe la carga de esa interpelación extensa. La primera distancia con la experiencia (de estar “inyectada bajo la Decaonato de Halopidol”) fue la escritura; dentro de ella, en su remate, el humor es la segunda.
Junto con el prospecto y la dramaturgia, también puede verse ahí una prescripción médica. Su destinataria, la paciente, es un personaje posta. Ni siquiera le falta hablar. Lo hace 1 vez y media, si es su deseo o su fantasía lo que permea en la voz del doctor al que le agradece.
E insisto: lo que le dice la medicación (o el médico) a la paciente expresa lo que le hace: atar, maniatar, reducir, y también contener y proteger (o hace esto a ese precio; o es otra
hoja de doble filo y lo que te contiene te encierra como lo que te oxigena te oxida; o...).
1.2
Mi amiga Graciela me contaba que su abuela le decía: "La virginidad es como el agua de un balde: una vez derramada no se puede recoger". La pérdida de la virginidad perdió sus terrores, pero la metáfora sobrevivió a su cliente; ahora se la usa para significar otras irreversibilidades. No recuerdo a cuál la vi aplicada, pero seguro que no fue a la irreversibilidad a la que la voy a aplicar.
El desmantelamiento de la fortaleza, el abandono del reducto amurallado y el vuelo suicida son advertidos como catástrofes de efectos irreversibles, como el vuelco del balde. Son advertencias agónicas: es nuestra última oportunidad de evitar una caída en el no ser, en el bloqueo, la inseguridad y el miedo y en la locura (el loco se cae desde la altura a la que lo dejan las alas suicidas de la libertad de la locura).
Pero aun si no estuviera ese rasgo de irreversibilidad, el mero balde lleno de agua, sin necesidad de volcarse, seguiría siendo una metáfora apta: el reducto amurallado es de contención: impide que te vuelques al suelo y te quedes sin forma: sin ser. La psiquis fluye dentro del espacio que le da una forma, una delimitación estable; fuera, se derrama y se pierde. Así que el balde de la metáfora, en sus dos estados (lleno y vacío), sirve tanto para un barrido como para un fregado (
#TengoPeores).
La locura y la angustia como una libertad sin contención; la salud mental como una libertad contenida. O muy poca contención, que hace empezar la angustia de no ser, o demasiada, que genera la depresión autoclaustrofóbica de quien se ha vuelto muralla y no puede saltarse. («Lo mío es ser más libre que mis muros», decía el único verso que recuerdo de un poema que escribí hace tiempo.)
2.
3.
La depresión es la reacción a una autoclaustrofobia, un encierro en la individuación, con menos puentes empáticos y diluciones en lo otro que las recomendables (al menos, para evitar deprimirse). (¿De ahí que ansiedades y depresiones sean tratables con un diluyente del YO como el
LSD?)
Exacerbar la individualidad es amurallarse, aislarse. En la otra dirección, enfatizar la mezcla con los otros es la libertad de esas murallas: la pérdida del YO conocido, la conciencia de ser algo más complejo y extenso de lo que creía ser cuando vigilaba los límites amurallados de mi identidad, separada de las otras con nitidez y con vocación de ser definitiva.
Por ese camino llegamos a la otra punta: exacerbar esa unión con lo otro, la libertad absoluta, es dejar de ser, cambiar la identidad, borrar las fronteras personales y ser parte de algo mayor o ser otra cosa o no poder distinguirse siempre de otra cosa. Esa confusión es la de
los límites de mi identidad.