1. El resultado y su sombra
Cooperar (entre pares) y competir (con rivales) son las dos jugadas básicas de todo bicho social.
— el Zambullista (@Zambullista) 9 de julio de 2018
Un deporte de equipo las potencia y hace obvia su relación: cuanto mejor cooperamos, mejor competimos (o "La unión hace la fuerza") y es más probable que ganemos. ¿También más justo?
Ganás por méritos propios, errores ajenos, suerte propia, mala suerte ajena… o un mix de todo.
— el Zambullista (@Zambullista) 9 de julio de 2018
Pero sea por lo que fuere que ganás, ganás haciendo más goles que tu rival. En el fútbol no hay un jurado ponderando méritos con puntajes, como en el boxeo o en la gimnasia artística.
Decir que el mérito de jugar bien (definilo vos) hace más justo ganar, además de más probable, ¿no es interpretar esa probabilidad meritocráticamente? Si "los goles no se merecen: se hacen", hay victorias y derrotas improbables (juicio racional), no injustas (reacción emocional).
— el Zambullista (@Zambullista) 9 de julio de 2018
Que el mérito no cuente como un gol no significa que no sea necesario para hacer uno, salvo accidentes.
— el Zambullista (@Zambullista) 10 de julio de 2018
Si los goles se hacen (si no, no son) y se merecen (si no, difícil que se hagan), lo racional y lo emocional actúan mezclados y una derrota improbable es injusta, pero derrota.
—Pero injusta.
— el Zambullista (@Zambullista) 11 de julio de 2018
~Pero derrota.
—Pero injusta.
~Pero derrota.
—Pero injusta.
~Pero derrota.
—Pero injusta.
~Pero derrota.
—Pero injusta.
~Pero derrota.
—Pero injusta.
~Pero derrota.
—Pero injusta.
~Pero derrota.
—Pero injusta.
~Pero derrota.
—Pero injusta.
~Pero derrota.
—Pero in…
Lo justo es una adecuación entre los méritos y el resultado. En un juego de azar no hay mérito. En una pelea sin KO, definida por puntos, el mérito es decisivo. En el fútbol es importante pero suele no ser decisivo. A veces esa imprevisibilidad resistente es vista como un valor.
— el Zambullista (@Zambullista) 9 de julio de 2018
Ese valor es antropomórfico: la mezcla de causas y azares que decide un partido se parece más a la vida que lo previsible de un mérito superior o lo imprevisible de un sorteo. Pero hace que a todo resultado real se le adose uno moral, que mide la distancia de los méritos rivales.
— el Zambullista (@Zambullista) 10 de julio de 2018
El doble moral de un 3-0, por ejemplo, puede ser:
— el Zambullista (@Zambullista) 10 de julio de 2018
a) mereció ganar por más (mínimo, 4-0);
b) mereció ganar así (3-0);
c) mereció ganar por menos (2-0 o 1-0);
d) mereció empatar (mínimo, 0-0);
e) mereció perder (mínimo, 0-1).
De a) a c) es justo; d) ya es injusto y e) lo es más.
La lista va de lo menos injusto (a) a lo más (e), pasando por lo justo (b).
— el Zambullista (@Zambullista) 11 de julio de 2018
Arriba de lo justo, lo injusto "perjudica" al ganador, que ganó por menos de lo que debería; por debajo, lo beneficia: perjudica a su rival, que debería haber perdido por menos, empatado o incluso ganado.
El resultado 3-0 tendrá una de esas cinco sombras.
— el Zambullista (@Zambullista) 11 de julio de 2018
Sólo una, la b), es como una sombra común: una imitadora perfecta. Las otras son, cada cual a su modo, como la sombra autónoma de Drácula.
Que un resultado tenga siempre su sombra moral dice que también nos importa cómo se logra.
El ideal es obvio: tu equipo gusta y gana. Mérito y resultado altos; se abrazan líricos y resultadistas.
— el Zambullista (@Zambullista) 11 de julio de 2018
En las antípodas, tachame la doble: ni gusta ni gana.
En el medio, una gente preferirá que gane sin gustar; otra, que guste sin ganar (¿opción 1 por goleada?). No hay abrazos.
Si tuviesen que aplicar esas preferencias 27 partidos seguidos, una gente se cansaría de no disfrutar (salvo de ganar) y la otra descendería (¿feliz?).
— el Zambullista (@Zambullista) 12 de julio de 2018
Como sea, jugar bien no es sólo un medio para ganar; también es un valor en sí. Uno estético. Mejorarlo también nos gratifica.
Si te da igual quién gane, es el único valor en el que te fijás. Y tal vez contraigas una simpatía justiciera por el equipo que esté jugando mejor, o sea, que esté haciendo más mérito para ganar.
— el Zambullista (@Zambullista) 12 de julio de 2018
Ese favoritismo está en el deseo base de toda "justa deportiva":
—Que gane el mejor.
Para que te dé igual quién gane no alcanza con no ser hincha de ninguno de los dos equipos. Si sabés que uno es grande y el otro es chico, podés reaccionar prefiriendo que gane el más débil: simpatizando con David (o con Goliat, si recordamos que detrás de David estaba Jehová).
— el Zambullista (@Zambullista) 15 de julio de 2018
Para que te dé igual quién gane, lo mejor es no saber nada de los equipos, o apenas los nombres. Pero no sabés si son grandes, medianos o chicos, no tienen rasgos ni connotaciones; de la C húngara, ponele.
— el Zambullista (@Zambullista) 15 de julio de 2018
Si lo único a valorar es cómo juegan, simpatizás con el que más te gusta.
1.1
Cada equipo empieza con 1 punto. Imaginá que vas a competir para no perder el tuyo y ganarle el suyo a tu rival (el 3º es un incentivo). Si lográs sólo lo 1º, empatan; si no lográs lo 2º ni lo 1º, perdés.
— el Zambullista (@Zambullista) 6 de julio de 2018
Lo dice el fútbol: lo que tenés podés perderlo, conservarlo o aumentarlo.
Salvo que se trate de un partido eliminatorio o consagratorio (octavos, cuartos, semis y final). Ahí el fútbol dice lo mismo que el tenis o cualquier deporte sin empates: lo que no tenés ─y no tenés nada: empezás con 0─ podés conquistarlo (🎵"De la nada a la gloria me voy"🎶).
— el Zambullista (@Zambullista) 12 de julio de 2018
Un partido sin goles está como estaba antes de empezar: empatado y neutro. El 1º gol le da vida: agrega una viñeta a la inicial e inaugura la historieta (o la historia o el historial) del marcador, con los parciales 0-0, 1-0 y los que vengan, hasta el último (aka el definitivo).
— el Zambullista (@Zambullista) 6 de julio de 2018
De una paridad (de 0-0 a N-N) salís por arriba (1-0) o por abajo (0-1).
— el Zambullista (@Zambullista) 5 de julio de 2018
A una paridad volvés desde abajo (empataste; subiste de 0 a 1 punto) o desde arriba (te empataron; bajaste de 3 puntos a 1).
De más abajo vienen los goles que descuentan y para más arriba van los que golean.
2. Emogol
Venís de eliminar al Barcelona, vas 0-5 contra el Liverpool y hacés el 1-5. Un gol amargo. No lo festejás. Vas a buscar la pelota para llevarla al medio, como con cualquier gol que descuenta, pero al trotecito, sin el apuro de un 4-5.
— el Zambullista (@Zambullista) 30 de mayo de 2018
Goles son amores, pero hay amores y amores.
Hablando de amores: los sentimientos en contra del rival cooperan con la emoción del gol que le hacés; los sentimientos a favor, compiten. Mo Salah no participó, junto con sus compañeros e hinchada, del festejo de sus 2 goles a su ex equipo. Justo los 2 más festejados: 1-0 y 2-0.
— el Zambullista (@Zambullista) 27 de junio de 2018
El gol más festejado es el que desempata. ¿Le sigue el que empata o el que amplía? ¿Cuál de las dos épicas pesa emocionalmente más: la de remontar o la de alejarse? ¿El alivio y desahogo de anular la desventaja (zafar) o la sonrisa y el disfrute de aumentar la ventaja (relajar)?
— el Zambullista (@Zambullista) 27 de junio de 2018
Orden de mérito:
— el Zambullista (@Zambullista) 2 de julio de 2018
se festeja más empatar a los 90' que ampliar a los 27',
empatar a los 27' que ampliar a los 90'
y empatar que ampliar a los 90' o 27'.
Emociona más cambiar un resultado que conservarlo: evitar una derrota que asegurar una victoria (#2) y ganar que empatar (#1).
Glosario PONELE QUE:
— el Zambullista (@Zambullista) 5 de julio de 2018
"Marcador" es 5-4, 1-1, 3-5, etc, y "resultado" es ganar, empatar o perder (y si no, cambialo por "tipo de resultado").
Ranking EMOGOL:
Lo no festejable (#0) y lamentable (#–1) es perder; lo festejable rompe la paridad (#1), la alcanza (#2) o la aleja (#3).
2.1
El valor de un gol depende de cómo cambie el resultado. A ese valor se le suman el del minuto de juego, el del premio, el del rival, el de la sede, etc. El valor máximo es el del gol agónico y desequilibrante que le hacés en una final a tu rival clásico en tu casa (o en la suya).
— el Zambullista (@Zambullista) 2 de junio de 2018
En rigor, desequilibrante debe ser el resultado con respecto al torneo, no el gol con respecto al resultado. Por diferencia de gol, un 3-1 puede no servir para salir campeón y un 1-3 sí; y aun un 0-3. Podés campeonar sin gol o con un gol que descuenta, empata, desempata o abulta.
— el Zambullista (@Zambullista) 24 de junio de 2018Toma 1
— el Zambullista (@Zambullista) 24 de junio de 2018
El valor de un gol depende del valor del resultado que modifica, que depende de cómo cambie el torneo (si lo define, es máximo).
Toma 2
Un gol cambia el resultado; un resultado cambia los puntos del torneo. Podés lograr el puntaje más alto con cualquier tipo de resultado.Si ganar el partido es la única manera de campeonar, es una final. Ahí no puede ser insuficiente una victoria ni suficientes un empate o una derrota. Ahí ya no se trata de sumar puntos, sino goles. Ahí sí el gol de valor máximo (se avecina un reparo) debe ser desequilibrante.
— el Zambullista (@Zambullista) 24 de junio de 2018
De local, ese gol vale por lo que glorifica a tu equipo; de visitante, por lo que humilla a tu rival. En ambos casos lo podrías decir como un plus: "Y encima, fue acá/allá". Por razones distintas, las dos condiciones pueden pesar igual o tener preferencias muy divididas. Pero… pic.twitter.com/0Yyt9SZJwR
— el Zambullista (@Zambullista) 23 de junio de 2018
Sea de local o de visitante, ese gol agónico no es máximo, por alto que sea; todavía puede valer más. Por ejemplo, sumándole el valor de la mejor jugada que te imagines, colectiva o individual. O el valor de la historia detrás del gol, cuya cima es una sobrerremontada épica. Etc.
— el Zambullista (@Zambullista) 27 de junio de 2018
Si no es una final, puede bastar con una remontada, como la de Newell's de visitante contra Central en el cuadrangular del Metropolitano 74: iba 0-2 y a 9' del final hizo el 2-2. “El gol que un hincha quisiera gritar” es “contra su eterno rival y saliendo campeón” y por 1ª vez. pic.twitter.com/wFc8fNiGvT
— el Zambullista (@Zambullista) 24 de junio de 2018
De la hinchada de Newell's para la de Central, 33 años después (Apertura 2007, fecha 13, 7-10-07, Newell's 2 - Independiente 1)
Si el gol agónico es el de un 1-0, que atrás tiene 89' de 0-0, lo festejás mucho (y más cuanto más peliagudo haya sido el partido), pero menos que si es ─ponele─ el de un 5-4 que sobrerremontó un 0-4 (diferencias mayores suben la emoción), que festejás más que el de un 6-4.
— el Zambullista (@Zambullista) 23 de junio de 2018
En el último minuto, desempatar es más emocionante que alejarse. Y cuanto más te aleje el gol agónico, menos te va a emocionar. El menos emocionante en eliminatorias mundialistas debería ser el gol del 31-0 de Australia a Samoa Americana, hecho por Zdrilic a los 89' (11/4/2001).
— el Zambullista (@Zambullista) 23 de junio de 2018
Y si el gol agónico lo hace un ídolo, y si el ídolo volvió de una lesión larga, y si además de larga fue peligrosa, y si hoy es su cumpleaños (o el del club o el del país), etc, más valor emocional se le va sumando al gol ideal. Las circunstancias que pueden pesar proliferan.
— el Zambullista (@Zambullista) 23 de junio de 2018
Algunas pueden ser muy raras. Último partido de la 6ª fecha del Metropolitano 84. Gasparini marca el 2-1 de Racing de Córdoba contra Ferro a 5' del final. Termina el partido y los jugadores festejan muchísimo. Era el único resultado que les faltaba en el PRODE. pic.twitter.com/Ijsg79SaQJ
— el Zambullista (@Zambullista) 23 de junio de 2018
Un gol tiene un valor en el momento en que se hace y otro con el partido terminado. Si es el último gol, los valores coinciden; si no, no: es el gol de un empate transitorio, por ejemplo; o el 1-0 de San Lorenzo a Racing, que lo dio vuelta 4-1 (Torneo Final, fecha 9, 13-4-2013). pic.twitter.com/8AxX855DdH
— el Zambullista (@Zambullista) 27 de junio de 2018
Añoramos el valor que podría haber tenido y no tuvo ese golazo: fue el 1º de Villalba (“el pibe de acá enfrente”) y en su 1º partido como titular en 1ª. Pero fue a los 6' y lo taparon otros 4.
— el Zambullista (@Zambullista) 28 de junio de 2018
Cuanto más agónico un gol, más chances de ser el último (como su metáfora lo spoilea).
En el básquet, no esperás que el tanto de recién sea el último que se haga (salvo que sea muy agónico). En el fútbol, los goles son raros y cualquiera puede ser el último (y más uno agónico).
— el Zambullista (@Zambullista) 13 de julio de 2018
Siempre deseás un gol pero rara vez lo esperás ya:
deseado + inesperado= grata sorpresa.
Un gol te sorprende a pesar de que nunca lo dejaste de desear, o incluso de esperar. Es como esas ilusiones que persisten luego de revelado el truco o razonada su incongruencia. O como otro ilusionista: al crack, dice Sabella, “lo esperan sabiendo qué va a hacer y lo hace igual”.
— el Zambullista (@Zambullista) 15 de julio de 2018
¿En qué casos esperás ya un gol? En un penal. O en un tiro libre cerca del área. O en la apilada de ingleses del Diego o en la corrida de Villalba.
— el Zambullista (@Zambullista) 13 de julio de 2018
Pero con pelota parada resta una ejecución; con pelota rodando, el resto de la jugada. Por eso son dos olores a gol bien distintos.
El gol de penal o tiro libre huele a definición; el peligro de gol dura una patada.
— el Zambullista (@Zambullista) 15 de julio de 2018
El gol de una jugada enorme huele a "concepción" y definición; el peligro de gol dura una media cancha y crece junto al deseo de que esa joya termine en gol. La tensión se libera en el festejo.
En “el gol soñado” soy el héroe individual de un juego grupal:
— el Zambullista (@Zambullista) 15 de julio de 2018
“Si vos cerrás los ojos y decís 'Quiero hacer un gol', ¿qué se te viene a la cabeza? Mitad de cancha, enganchar para la derecha, seguir, seguir, eludir a otro. Y seguís y cuando te sale Shilton, ¡tac!, y la empujás”. pic.twitter.com/XLCY7PJv9j
Valdano: "Llegué como 1 espectador más de los 100.000 que había. Y hasta no me dieron ganas de gritarlo con él el gol. Me parecía que era un gol demasiado suyo, que no tenía nada que ver el equipo".
— el Zambullista (@Zambullista) 15 de julio de 2018
El Negro Enrique dice lo mismo con el chiste de que le dio un pase gol al Diego.
3. El gol blanco
Hasta acá, el gol/amor más grande es una joya agónica, desempata después de remontar una goleada, se lo hacés a tu mayor rival en una final, en tu cancha (o en la suya), el día que cumplís años y que volvés de una lesión jodida.
— el Zambullista (@Zambullista) 23 de junio de 2018
Ya empieza a lucir caricaturesco el gol ideal.
La luz blanca contiene todos los colores; el ruido blanco, todas las frecuencias y a la misma potencia; el gol blanco, todas las circunstancias (y a todo volumen) que le agreguen valor emocional. Lo común es que los goles épicos que festejamos tengan 1, 2 ó 3 de ellas, y bajas.
— el Zambullista (@Zambullista) 23 de junio de 2018
Un gol muy emotivo fue el del 2-1 contra Perú que hizo Palermo a los 92' bajo un diluvio en el Monumental. Fue importantísimo para clasificar a Sudáfrica 2010, pero no fue en una final ni fue una joya ni tuvo el resto de las circunstancias y alturas del gol blanco. Y no importó.
— el Zambullista (@Zambullista) 23 de junio de 2018
A un gol con ese timing y de esa importancia no le cuestionás algo que podría haber tenido y no tuvo, ni por eso tenés un desahogo menor al festejarlo. El desborde es seguro con un gol que sucede cuando ya no se lo espera más que como milagro. Por eso el gol blanco es agónico.
— el Zambullista (@Zambullista) 23 de junio de 2018
Y puede serlo de un modo aun más emotivo. El de Palermo, sin ser blanco, es un gol agónico que quiebra el empate alcanzado por Perú con otro gol agónico, 2' antes, que nos complicaba la clasificación. Ese gol vino al velorio de la esperanza y la resucitó y se terminó el partido.
— el Zambullista (@Zambullista) 27 de junio de 2018
El golpe de efecto de un gol agónico que empata o gana es doble: cumple con un deseo, de angustioso arrastre (largo o corto), y no deja casi tiempo para que se lo revierta. Pero el "casi" significa que lo agónico es un intervalo, no un instante, y a un gol así puede seguir otro.
— el Zambullista (@Zambullista) 27 de junio de 2018
Gran amplitud térmica en sólo 2'. Pero las crestas de esa montaña rusa emocional pueden ser más bajas con otro historial y otro resultado.
— el Zambullista (@Zambullista) 27 de junio de 2018
R. Zaragoza 2 - R. Sociedad 1 (28-01-90): el gol del 1-2 de Goikoetxea (89') se vengó del 2-0 de Chilavert (88'); otra satisfacción no tuvo. pic.twitter.com/FOdmgeaPN9
El gol del arquero agrandó la diferencia y el de media cancha la achicó: ninguno cambió el tipo de resultado (el reparto de puntos). Por eso no fueron más emocionantes. No pudieron aprovechar lo cargados que venían por ser tan inusuales (como son los golazos que ellos no fueron).
— el Zambullista (@Zambullista) 10 de julio de 2018
3.1
Hacer un gol inusual es llover sobre mojado: ya hacer un gol es inusual. No así hacer un doble o un triple en un partido de básquet. Si tenés ajustadas tus expectativas al ritmo con que cambia ese marcador, al fútbol lo ves muy lerdo para marcar pero muy dramático para festejar.
— el Zambullista (@Zambullista) 7 de julio de 2018
Se festeja una conquista: la de un gol, un partido, una clasificación, un campeonato…
— el Zambullista (@Zambullista) 7 de julio de 2018
La intensidad del festejo es proporcional al dinamismo del marcador: a su frecuencia de cambio. A mayor dinamismo, menor intensidad (y a menor, mayor).
Dime cada cuánto festejas y te diré cómo.
Imaginá festejar en el básquet un triple (no agónico) como en el fútbol un gol. O viceversa. Habría sobre-efusividad en el juego que tiene un marcador de alta frecuencia de cambio y sub-efusividad en el que tiene uno de baja frecuencia, cuando debería ser al revés, como ya es.
— el Zambullista (@Zambullista) 7 de julio de 2018
A diferencia de los tantos en el básquet y al igual que las gemas, los goles no abundan. Y cuando sí, no deja de ser rara una abundancia de rarezas. Ante un 8-6, la sorpresa no es
— el Zambullista (@Zambullista) 6 de julio de 2018
—¡Ah, no eran taan raros los goles!
sino
—¡Qué raro tantos goles!
o
—¡Cuántos deseos cumplidos!